Poemas
Anidan junto al río
la castañera
el pañuelo negro
una bolsa herida de plástico
flores falsas
el vaho tus labios locomotoras
de tren
bombillas desnudas
en un árbol.
La noche.
El agua sin pájaros.
[fx_divider color=»#dddddd»]
Pasadas las cinco de la tarde
Carmela riega los geranios de la voz
en la radio, Canal Sur, Radio Sur, o subsur
algo así
el suelo trenzado por el agua, tanta agua
de poemas cristalinos
y el azúcar pegado aún en sus botas
en la suela de sus botas
en el borde negro de sus botas pasadas las cinco de la tarde
en la radio
en el sur
y arriba, colores distintos de mapas rayados
Quiñones y yo seguimos juntos con risa o silencio
de verdad
escondidos entre jóvenes, conexiones wifi
latas pintadas
corazones de refresco
mucho más arriba, digo, en otros mapas
mientras Carmela habla
desviste o compra nubes
adivina moviendo las manos blancas
que yo
y Quiñones y su libro
abierto otra vez página cien, Bogotá Sur,
tensados el aire y la humedad
los goznes del cuello reventados
de girar
y girar tanto.
[fx_divider color=»#dddddd»]
En medio, un desierto en el que vigilar tornados.
Girar la llave o la herradura
antes de que las cuerdas se tensen.
Arrancar.
En medio, el desierto.
Mirar el aire: medir su peso.
Cuando todo empiece volarán
en círculos
tejados y restos de ovejas
neumáticos muertos
la madera hinchada de los muebles.
Hasta eso
concentrar los ojos como el anciano de mar
que buscaba en el horizonte un indicio
de ballenas.
Apretarlos tanto.
Atravesar en busca.
Hasta eso
sólo
un desierto.
[fx_divider color=»#dddddd»]
Extendió
pequeños papeles blancos
por la mesa
con palabras escritas
a la deriva
como si el mar
o su roce gris en la madera.
Los papeles eran blancos
y pequeños
y las palabras observaban.
La lluvia oxidó pronto
el invierno y la superficie
de los muebles.
Un pájaro más lento
deslizándose
en círculos
con los ojos grises y palabras
pequeñas colgándole del pico.
[fx_divider color=»#dddddd»]
Ese territorio de agua
la voz de tigres suaves
los delicados dibujos que nacen
en algunas mujeres
de la India, en sus labios
al pronunciar palabras
como palermo
kipling
buenos aires.
[fx_divider color=»#dddddd»]
La envidia es escribir un libro
haber japonesamente escrito un libro
que permita a sus manos pintar en él
garabatos
suaves
letras
suaves
deslizarse del lápiz como si el mar
o los dedos tan blancos: esa envidia.
Tocar, para vengarse, el hombro
apenas protegido
la lana azul y gris alimentándose de piel
sobre los hombros, tocarlos, digo
un simple roce
dejar que nazcan dos palabras o escuchar
el principio de su voz
mirar las manos que bailaron
por las páginas del libro
y sonreír: esa venganza.
[fx_divider color=»#dddddd»]
Qué hay de heroico
en aproximar al óxido los labios.
Con qué cuerpo
golpeas el principio de la sangre.
Qué luz después, qué sexo
queda y cuántas manos.
Besar el óxido y preguntar
qué oxido permanece.
Qué enseñanza.
La luz y la ventana: su sentido.