Entrevistas

Entrevista a Pablo Villa para la Revista Poesía eres tú tras la publicación de su libro Frente a la penetrante estupidez de los Anuncios

1º) Frente a la penetrante estupidez de los Anuncios es tu segundo poemario. ¿Qué pretendes que el lector intuya con un título tan impactante?

En la vida constantemente se dan hechos casuales. Cuando surgen, ni siquiera se piensa en ellos. Supongo que les pasa a la mayoría de las personas que escriben: los títulos de sus libros acuden a ellos de una forma fortuita. Es lo que a mí me sucedió con este título. Leía una antología de la poesía de Juan Luis Panero (que, dicho sea de paso, desconocía), y al llegar a ese verso supe que sería el nuevo título de mi libro, puesto que ya tenía otro. Es más, tomé prestado el verso para citarlo en los cinco poemas que lo forman. Con lo cual hube de modificarlos, en cierto modo, a última hora, para introducir el verso.

El título supone, en primer lugar, una síntesis de los cinco poemas, una especie de recapitulación emocionante. En este sentido es esclarecedor. Además, en segundo lugar, tiene trazas de ser un golpe bajo en la boca del estómago. Es verdad que impacta. Y es sincero, no engaña al lector. Leyendo el título ya sabe a lo que se enfrenta. Y le concede tiempo, si lo desea, de ponerse en guardia.

2º) Tu libro está estructurado en cinco partes diferenciadas. ¿Has seguido algún criterio a la hora de hacer estas divisiones?

No, no hay ningún criterio. En un principio –y puesto que los cinco poemas tienen un mismo hilo conductor- pensé en ordenarlos digamos “fotogénicamente”. Es decir, según que fueran, en mi opinión, más atractivos para el posible lector (No se puede olvidar que el primer lector –el más imprescindible- resultaba ser, además, el editor); que fueran más fáciles de leer. Pero luego pensé que si lo hacía así, estaba siendo un poco injusto con los demás. Así es que lo que al final hice fue ordenarlos por orden alfabético, según el título de cada uno. Al final sí hay un criterio equitativo: el orden alfabético.

3º) En uno de tus poemas utilizas la expresión “escribidor de versos” frente a “poeta”. ¿Qué diferencias establecerías entre los dos vocablos?

Hay una notable diferencia, en mi opinión: la del valor que se le dé al lenguaje.

Por ser de la especie humana, a todos se nos da el lenguaje por añadidura; unos pocos lo usan para fines nobles, para expresar sus emociones y sus sentires. Incluso se esfuerzan por hacerlo de una forma bella y sincera. Éstos son “escribidores de versos”.

El poeta es otra cosa. La diferencia puede ser la que Schopenhauer vio –y escribió- entre lo bello y lo sublime. El poeta tiene otra relación con el lenguaje. No solo porque la palabra poética tiene un ritmo, un sonido, una imagen, que le son propios y que constituye el compás que gobierna el movimiento de todos y cada uno de los fragmentos que conforman la totalidad: esa especie de sangre que corre por todas las formas. También porque el poeta cree en los poderes latentes del lenguaje; el lenguaje es algo más que un mero receptáculo pasivo de las emociones y voluntades del escritor. Igual que la pintura, y que cualquiera de las artes. El poeta escarba constantemente, quiere penetrar debajo de cualquier piel, tanto de las personas como de los objetos y los asuntos humanos. La búsqueda de la verdad es su brújula; el dolor es una de sus herramientas. La palabra del poema se le muestra como si siempre hubiera estado ahí, como si el poema fuese exactamente su lugar desde siempre. Es su mirada sobre el mundo la que se lo hace ver.

4º) ¿Cómo llegaste a la poesía y por qué la elegiste como forma de expresarte?

Creo que el poeta lo es de forma inevitable. No lo elige, eso no tiene nada que ver con la voluntad ni con la conciencia. Uno es poeta aunque no escriba poesía, porque es la mirada sobre las cosas lo que lo distingue como tal. Está impreso también en su carácter, y el carácter de cada uno es inmutable.

Mi primer contacto con la poesía se produjo cuando era un niño. Tendría siete u ocho años cuando desde el Ministerio enviaron a la Escuela de mi pueblo algunos libros (Estamos hablando del año 1964). Uno de esos libros era Platero y yo. Nunca he olvidado ni lo haré nunca aquella profundísima impresión que su lectura me produjo. Fue un nuevo nacimiento.

Insisto en que en la vida uno pocas veces elige. Simplemente un día te descubres escribiendo. ¿Por qué poesía? Porque no tengo imaginación. Y para alguien sin imaginación, pero que a lo mejor posee la cualidad de la reflexión y el don divino de la intuición y la sensibilidad, lo apropiado es ser “escribidor de versos”.

5º) ¿Es este un poemario donde está implícito el compromiso?

Si por compromiso entendemos el esfuerzo por desvelar el absurdo y la estulticia donde se ha instalado –con normalidad y, por lo que se ve, con comodidad- el hombre que vive en la sociedad de la opulencia, entonces sí hay un compromiso.

Comencé a escribir por dos razones complementarias una de la otra: Para guardarle fidelidad a mi pasado y, sobre todo, a mis orígenes. Y por suturar de alguna forma la herida que me supone habitar estos tiempos, para mí aborrecibles. Lo que yo entendí como la vida, casi de repente me había sido negada. No voy a acostumbrarme a ese dolor. En la medida de mis posibilidades, mi escritura es un ajustar cuentas con el presente. Con este presente infectado de todas las malas cualidades del ser humano. En este sentido, sí es una escritura comprometida. Como dice uno de los poemas, lo que busco es incitar al lector a ponerse de mi parte. Y luego reconocernos ambos en la herida.

Pero soy perfectamente consciente de mi derrota.

6º) ¿En qué estado emocional piensas que fluyen mejor los versos?

Sin duda en un estado de lúcida desesperanza. En este sentido, no es poeta quien quiere, sino quien puede. Y matizando aún más: quien lo merece.

Escribir poesía es un estado del alma. Pero también es un acto de amor.

7º) ¿Qué hay detrás de la ironía de algunos de tus poemas?

Detrás de la ironía siempre hay rabia, y conciencia de tu propia debilidad. La ironía es una forma sutil e inteligente de molestar. Una licencia, no solo permitida, sino profundamente necesaria. Es una licencia que me permito, porque soy un hombre piadoso (que no pío, son dos cosas distintas). Frente al avasallamiento, frente a la penetrante estupidez de los anuncios, opongo la barrera defensiva de la moral y de la inteligencia. En este sentido la ironía es una herramienta; es una vara de medir para poner a cada uno en su lugar.

8º) ¿Dirías que tu poesía es liberadora o quizás escribes en un intento de paliar la soledad?

Es liberadora para mí. En el sentido que ya he comentado: un aflojar el nudo corredizo que los tiempos que corren me han atado al pescuezo (Por cierto, cualquier canalla tiene miedo de la inteligencia). Pero sin duda ninguna lo que es mi poesía es un intento de paliar la soledad. Al menos la mía. Lo que desearía con todas las fuerzas es que también sirviera para paliar la soledad de quien la lea. Que este libro le hiciera compañía. Nada en este mundo puede haber más importante que esto: procurar compañía, paliar la soledad.

Debo –debemos- reivindicar hoy aquellas olvidadas “Obras de Misericordia”, y aquellas no menos olvidadas “virtudes cardinales”. No solo es necesario, sino incluso revolucionario.

9º) ¿Llegaste a la poesía por la lectura o tal vez algún suceso en tu vida provocó en ti el deseo de escribir versos?

Ya he comentado mi experiencia infantil con Platero y yo. Aquello fue ambas cosas: lectura y suceso (Recuerdo mi congoja, el dolor sin paliativos, la injusticia absoluta que supuso la muerte de Platero). En los años que entré en la Universidad, recién muerto Franco, fue cuando descubrí a los grandes poetas “sociales”: León Felipe, Gabriel Celaya, Alberti. Miguel Hernández, Blas de Otero… Poetas con una capacidad de amar al hombre casi infinita (A lo mejor era eso lo que se quería decir cuando se les agrupó bajo ese apelativo). Después solo silencio, durante muchos años. En mi caso se ha de tener en cuenta una cuestión que resulta esencial: yo no dejo de ser un campesino. Soy hijo de campesinos. Nací y me crié en los años cincuenta, en un pueblo de menos de cien habitantes, aislado de todo. En mi casa no había ningún libro. Mis abuelos no supieron leer ni escribir. Mis padres lo hacían a duras penas. Lo que quiero decir es que el camino hacia los libros y hacia la cultura lo he debido buscar y desbrozar yo solo. Así ese camino siempre será más largo y más difícil que si hubiera contado con ayuda. A lo mejor esta respuesta no viene a cuento con la pregunta, pero tengo ganas de decirlo. Porque así reivindico a mis padres, reivindico a mi pueblo, reivindico la vida campesina. Reivindico, en fin, la pobreza, la humildad, la carencia, la “ninguneidad”. La humilde bondad de la ignorancia.

Pero lo que me impulsó a poner mis primeras palabras en el papel fue un hecho casual y trascendente: la lectura del libro de Anne Michaels Piezas en fuga. La hermosura de ese libro me rebosó y comencé a gotear palabras para dar forma a las emociones.

10º) Por último. ¿Te encuentras trabajando ya en lo que sería tu quinto libro?

Sí, y lo siento. Quiero decir que vivía más tranquilo cuando no escribía ni mucho menos publicaba. Puesto que ahora siempre vas a estar expuesto a ser juzgado. Vas a medir a los que conoces según si te han leído o no lo han hecho. Te vas a obligar a hacer otras cosas. Y sobre todo, siempre vas a verte obligado a halagar esa cosa penosa, repelente, pero consustancial que es la vanidad. La vanidad es dañina y es sobre todo sufrimiento.

Pero sí, ya está terminado un poemario que se publicará en breve, cuyo título es Al amor de las letras. También doy los últimos retoques a otro poemario con un significado para mí muy especial. Además de su vertiente emotiva por el tema que trata (un secuestro carcelario que viví muy de cerca), me he cargado con una especie de obligación de escribirlo. Como si fuera un acto de purificación. Su título será La sangre en dos orillas.