Poemas
I
Escucho en el silencio
los gritos de la nada.
Las horas van cayendo,
la soledad me atrapa.
Es un todo el lamento
del mundo, que se escapa.
El mar es un desierto.
La tierra, una venganza.
No hay prisa, todo es lento
destino que se acaba.
La hora de los muertos.
La hora queda y mala.
No hay tiempo, ni tormento.
Ni un ápice de magia.
Azul sanguinolento,
el cielo, se me clava.
Escucho en el silencio
los gritos de la nada.
Las horas van cayendo,
la soledad me atrapa.
V
Hay un leve rumor de melodías.
El mundo gira, tenue, pero intenso.
Hay un leve rumor de melodías.
Y se eleva, un instante, mi lamento.
La muerte avanza firme a paso lento.
No sé si cuando nazca, nuevo, el día,
tú seguirás surcando mi universo.
Es tiempo de avanzar, aún a hurtadillas,
por si el mañana es solo este momento.
Es tiempo de olvidar las despedidas,
de abrir los brazos a un futuro incierto.
Hay un leve rumor de melodías,
y un murmullo de almas le hacen eco.
XII
No has podido guardarlos, se ha prohibido,
ocultar los sonidos del silencio.
No has podido guardarlos, te han herido,
ante la soledad de tu universo.
Han pasado los días y las horas.
Han mudado los rostros y los gestos.
De quienes fueron, queda la memoria.
De quienes somos, ¿quedará el recuerdo?
He querido contarlo por si acaso,
se eleva el mar en un bostezo.
Y, una a una, se borran las pisadas…
Y, poco a poco, se apagan los momentos.
Ha sido en vano, luchar contra el destino.
Ha sido en vano, tanto sufrimiento.
Ella no está, no está. Todo es finito.
Ella no está, no puedo comprenderlo.
XVIII
A veces siento el viento
como una horda santa.
Fugaz y justiciero,
voraz a la nostalgia.
A veces, y no quiero,
siento que se me clava
un solo pensamiento,
la soledad me embarga.
Y todo es un desierto.
Y nada es esperanza.
Y morirán las horas,
en una fría sala.
Y del hedor lamento,
que cierra la mirada.
Y se abrirán los pétalos
de la rosa dorada.
Y ¿qué será del tiempo?
Y ¿qué de la llamada
del agua entre tu cuerpo?
¿A dónde tu soñada sonrisa?
¿A dónde mi tormento?
La noche helada
devuelve con el viento,
una vela apagada.
Y pasara el momento
de la existencia humana.
Y todo será espejo,
perfecto de la nada.
XXXVI
Apresar un instante el pensamiento,
es el más codiciado de los sueños.
Apresar un instante el pensamiento
y entregarlo a las musas y los elfos.
Poder volar en pos de aquellos vientos
que guardará la caja de Pandora.
Poder volar en pos de aquellos vientos
y jugar a dejar morir las horas.
Revivir uno a uno los lamentos.
Desatar una a una en la memoria,
las mil normas que fueron mi tormento.
Y la ciencia que al corazón asola.
Y desbordar los mares, alma adentro
mientras la muerte aguarda entre las olas.
XLI
Merodeo las almas,
al igual que la vida.
Con la distancia exacta,
la que no me intimida.
Y cuento las estancias.
Y cuento las salidas,
por si me hiciese falta,
atrapar otra huida.
Acaricio la magia
del rostro que me mira.
Y busco, en la esperanza,
de no hallar mas heridas.
De no perder la calma,
de no soltar la mirra.
Cuando el cuerpo se estanca,
solitario, en la ira.
Dudo, si alguien me ama.
Temo, si alguien me mima.
Y mido las distancias,
por si acaso sublima
mi mente la palabra.
Y acaba enardecida,
entregándose al alba,
voraz y enloquecida.
Abrigo en la nostalgia,
la idea clandestina
de depurar mi estampa
con una fugitiva sonrisa.
El corazón me ampara.
La imagen se disipa.
LXXXI
Me mata cada mañana.
Me mata cada momento.
El mundo me da la espalda.
La vida pasa de lejos.
Me inunda con su mirada.
Me inunda con su recuerdo.
La muerte baila su danza.
La mente evoca un recuerdo.
XC
Apenas unos versos,
refugio de la locura.
Unas pocas palabras avarientas.
Apenas unos versos,
como toda aventura.
Un montón de promesas cenicientas.
No quiero despertar al nuevo día,
sin una flor asida a la conciencia.
No quiero despertar al nuevo día,
sin hallar la caricia de la esencia.
CXIII
Es la hora del vuelo.
Echad adentro
frágiles tambores.
El viento amainará.
Será desierto en la aurora.
¡No volveré a llorar
ni a estar a solas!
Acaba de limpiar
el fuselaje.
Que la tierra desdice
toda hora.
Amanece, en tanto
el desconcierto,
devora la ciudad,
cruel y sobria.
No me digas que debo ser cautivo,
mientras de cuando en cuando,
asola la oscuridad del mar
toda esperanza de amor.
Mejor morir
que sepultar la proa.
CXV
Hay un banco vacío,
y una plaza desierta.
Vibra un escalofrío
y, duda la cabeza.
Bajo el puente, va el río,
remontando su pena.
Silencio. Ha sucumbido
todo, ante la tristeza.