Sólo la luna
Fuiste tú luna,
quien me guiaste el camino,
en esa noche de plata,
en ese arroyo en sigilo.
Luna, un corazón que mata,
un cuchillo sin filo,
provocando mil heridas,
invisibles y atrevidas.
Fui yo sin quererlo, quien te dijo,
que ya no hubo más, que no te quise,
de testigo la luna, cómplice del mundo.
Una lágrima resbala,
en tu piel luna mía,
en tu mejilla, en tus labios,
que no ríen, ya no sueñan.
Ahora a solas, contigo.
Con mi luna, con mi sino.
Ya te fuiste, te marchaste,
por mi culpa, luna mía.
Para nuestro río
Nazco en tus aguas tranquilas,
que se mecen serpenteantes,
sobre esta tierra de contrastes.
Te doy el arroyo que te abraza,
el sonido de tu silencioso discurrir,
la fuerza suficiente, la entrega constante.
A tu paso dejas barrancos, gargantas, cañones,
la naturaleza tan salvaje, tanta vida, te domina,
creces a caudales, y con semblante potente,
nos regalas una amplia sonrisa.
En tus valles verdes, tus riberas,
apareces siempre intenso,
y a tu paso por villas y pueblos,
esculpes el paso del tiempo,
moldeando el carácter a sus gentes.
Tu travesía hacia el mar termina,
mezclando esencia de tus encantos,
con las piedras, la sal y las dunas.
Allí acaba tu hermosura, pero nunca
tu historia, ni tu pasado.
La dulce espera
En esta insólita madrugada,
en la que nos encontramos.
Esa noche de luces y almas,
dulce espera de tantos años.
Iba perdido, buscando a nadie,
ibas perdida, sin buscar a alguien.
Es el color de una mirada,
el que da calor, el que nos domina.
Quizá fue tu cara, tu media sonrisa,
quizá tus gestos, tu palabra amable,
después tus besos, tu cercanía,
quienes me dijeron, que eras mía.
Y en cada calle, te evoco,
en cada esquina, en cada parque,
como dos adolescentes,
guiados por un desenfreno loco.
Y después de todo, de los años,
volvería a nacer para encontrarte,
volvería a vivir la misma vida,
para verte, para poder sentirte.
Soy yo
Ojos claros, mirada de bronce,
perfumada con dones de la belleza,
te escondes, sigilosa,
para que no pueda verte.
Ojos marinos, ribeteados,
labios enjutos, discretos,
idílico paisaje, dibuja tu cara.
En tu soledad soy yo,
quien te espera.
En tu oasis de luz, soy yo,
quien te ama.
Así te veo hoy, desdibujada,
queriendo ser alguien,
de quien poder ser amada.
Luz de la mañana, dime si soy yo,
el que esperas, lo que deseas.
Noche embrujada, dime quien es,
al que ella aguarda, el que suceda.
Poema de amor breve
Entre la tierra cobriza de nuestra infancia,
cubierta de aguas turquesas,
refleja un día, un verano,
una promesa en vano.
Tras la ciudad que cubre la huerta,
disfraza una sombra, lo que fue perdido,
hallado y amado,
jamás prometido.
Y cuando el sol vence al ocaso,
cuando la noche se abre en el cielo,
y surca un velero, a su paso,
cientos de aves buscan consuelo.
Y cuando la luna ilumina al mar,
cuando el faro indica un lugar,
queda la brisa, queda la calma,
ese amor se encontró, vacío de alma.