Laberinto
¿Qué entreteje esta desolada alma,
en el centro del laberinto,
que camina con una brújula truncada,
hacia una salida,
que no es más vana que la entrada?
¿Qué recuerdo perdí al cruzar
la primera esquina,
que yo creí de la amplia pradera de juego,
que no fue más que ronda de velar,
que el sueño no se envuelva más
en la entretela de la red de la mañana?
Nubes bajas
Ya no me molesta mirarme al espejo,
y ver, que te echo de menos;
ya no me sacude la humilde memoria,
porque ahora es humilde,
y conforme a ti rehago el tiempo,
y conforme a los otros,
olvidando que podría, como siempre,
buscar contra argumentos,
y hasta pruebas, y panfletos;
ahora sólo queda el pensamiento,
tu fiel reflejo no es para menos;
lo que me dejaste,
quizá valga más
que lo que podrías aún darme.
¡¿Y qué?! si no supe en ti mirarme,
aunque no estés, sigues mostrándote,
como siempre, con voz suave.
Nubes bajas, lluvia insensata,
cuando las hojas caen,
no traigas más nostalgias.
Madrid
Ciudad que entre bocinas,
al torcer una esquina,
cambia la diaria rutina
por un parque de encinas,
amor en marquesinas,
camino de golondrinas,
la sonrisa tímida
de la joven enamorada,
que camina empapada
bajo lluvia en la mañana,
buscando un atajo
al diario trabajo,
a Neptuno saluda
sin evitar sonrojarse,
parece que él
la vio también,
anoche desnudarse.
Poetas
No más que literatos,
sin embargo,
también músicos,
actores de teatro,
corredores de fondo
de la palabra;
con un par de versos
la verdad abraza,
o un recuerdo,
una inconfundible nostalgia,
un deseo, un gesto,
una caricia, una falacia.
Funambulismo
sobre delgada línea,
que en papel se traza,
temblor de la balanza,
voz de la alabanza,
grito que abalanza,
en forma de tinta,
opuestos enlaza,
lo indecible alcanza.
Me gusta
Del café de la mañana
cómo calienta la garganta,
un poco de tabaco,
y de torrijas un plato.
Tu sonrisa descarada,
pero también, toda la cara;
en tus ojos la mirada,
de cuando me miras,
y no me hablas:
continúa la jornada,
si no te veo, se para.
Frutas recién lavadas
secadas con servilletas blancas;
el tacto de tu piel,
y el de un osito panda;
dos tarros de miel,
y tu olor entre mis sábanas.
Una noche muy estrellada,
y la hierba mojada,
árboles en las montañas,
o también toda la playa;
los ojos verdes de mi gata,
los tuyos esmeraldas,
aunque no sean verdes…
Molinillos en los balcones,
entre flores de colores;
potos y geranios,
y las noches de verano,
también, la soledad del faro;
tu cuerpo: de arriba abajo.
Andar sin sobresaltos,
subir a la copa de un árbol,
jugar con caracolas,
o ir a recoger moras.
Abrazarte cuando duermo,
y que no sea otro sueño.