escritor

La hoja alborada

Tiene esa hoja en blanco una mirada desmayada.
Una petición silenciosa de ser habitada.
Un deseo de historias que la hagan deseada.
Unas alas de ángel desangeladas.
Un rectángulo celulósico de escarcha helada.

Tiene esa hoja en blanco una mirada desmayada.
Tiene, también, un cierto temblor que sobrecoge el alma.
Una pasión por la tinta nunca disimulada.
Un margen que invade su superficie incultivada.
Un cristal con reflejos de la nada.

Tiene esa hoja en blanco una mirada desmayada.
Un suicidio de nieve empapelada.
Tiene la hoja en blanco un beso guardado en la solapa.
Una vocación de ser diferente a las otras blancas.
Una cama de plata ensabanada.

Y un desprecio tan profundo por la nada
que si no la escribes tú, se escribe sola.

Las mil y una noches

Para que tus pies no se ofendan
para que no pierdan la gracia más bailable
ni sientan agravio los nardos de tus dedos
quito las piedras que habitan el camino
y hago montones de amor en la cuneta.

Y después me quedo solo en la vereda
hecho junco entre los juncos y las piedras
sin que ni tú ni nadie me descubra
para verte pasar con tus pasos de alondra
volando pisadas en el cielo de tus plantas.

Sin que tú lo sepas,
aunque lo sospeches.
Durante mil y una noches.

Oasis ignorado

Si me ofreces tu mano abierta como una palmera.
Si me das consuelo a mi aflicción sobrevenida.
Si me posas la sombra de la higuera en mi ardiente infierno.
Si me prestas la voz para que grite mis silencios escondidos.
Te eternizaré la vida le gritó la muerte.

Pero como no quiso comprometer su alma
desoyó la promesa como si hubiera sido suya
e inauguró la honradez en los humanos,
aunque nunca tuvo adeptos a la causa
ni pudo ofrecer a nadie la palmera de sus manos.

No me hables de progreso

Mientras haya un niño con la mirada perdida en la soledad de un horizonte polvoriento de hambre, no me hables de progreso.

Mientras haya un anciano sin una mano amiga que le ayude a mantener la verticalidad del árbol más orgulloso, no me hables de progreso.

Mientras no hayamos alcanzado el umbral del amor compartido, mientras seamos insensibles al dolor ajeno, no me hables de progreso.

Mientras no lleguemos a ser humanos, no me hables de progreso.

Los sueños, sueños son

Cuando los ojos se cargan de sueños
se precipita en ellos el futuro
y se pueblan de porvenires cercanos,
de presentes fabricados con ayeres y mañanas.
En los sueños cabe todo,
relojes que desmarcan las horas,
canciones que no se oyen,
altas torres hechas de recuerdos,
y charcos a la altura de la cintura,
como anillos de Júpiter goteado.
Pero con el tiempo,
a los sueños se les oxidan las alas
y pierden el norte de su vuelo.
Parpadea, parpadea,
que cada vez que mueves tus pestañas
arañando el aire de tus ojos
borras pasados inmediatos
y abres la puerta blanca a nuevos sueños dorados.
Parpadea, parpadea,
que aunque no sirva de nada
a mí me gusta que muevas las alas.

Habla el mundo

Habla el mar, a veces ruge,
con palabras espumosas encrestadas en sus olas.

Hablan los árboles cuando el viento los mece,
con canciones de cuna verticales.

Hasta las mudas piedras, mudas hasta el alma,
hablan cuando el volcán las hace pájaros de fuego.

En esa imponente batalla,
habla el mundo, habla, y Dios calla.

En un solo segundo

Lágrimas furtivas,
el alma se esconde detrás de perlas líquidas.
El pañuelo al aire, vuelo de tela,
en busca de ellas con alas de seda.

Lágrimas furtivas,
veleros del mar de los ojos en huida.
Una mano blanca de blanca vela
en busca de ellas, navega, navega.

Lágrimas furtivas,
el cielo se deshace entre las pupilas.
Estrellas fugaces de transparente vuelo
no permitáis nunca que caigan al suelo.