Poesía del libro RETÓRICA DE TABERNA de ERIC ARBONÉS CASTELLVÍ. El escritor nos da una muestra tras publicar un libro.
Poesía del libro RETÓRICA DE TABERNA de ERIC ARBONÉS CASTELLVÍ El poeta nos da una muestra tras publicar un libro.
Poesía del libro RETÓRICA DE TABERNA de ERIC ARBONÉS CASTELLVÍ El autor nos da una muestra tras publicar un libro.
Poesía del libro RETÓRICA DE TABERNA de ERIC ARBONÉS CASTELLVÍ El autor nos da una muestra tras publicar un libro.
Poesía del libro RETÓRICA DE TABERNA de ERIC ARBONÉS CASTELLVÍ El autor nos da una muestra tras publicar un libro.
La cordura del trastorno
Lágrimas, lágrimas
goteo incesante,
¿cuánto estaré así?
Solo no estoy, también están ellos aquí.
Mi voz no posee voz
pero la de ellos sí,
juego macabro y atroz
eterna mi estancia aquí.
Vuelven a la carga
ya solo escupo,
sin poder mi palabra
en la guerra y sin escudo.
¿Por qué nunca libre como un ave?
Porque qué más da que el perro ladre,
si señalarme fue un instante
y el dolor eterno y constante.
Es mi trastorno su fiel seguridad
aunque desbocado como un río, eso es naturalidad,
pugnando por resistir
el gastado cuero me hace servil.
Por más que en remolino trate nadar.
Fui yo quien mi barca destruí.
Yo cuerdo para hablar,
ellos locos de no oír.
La cordura del trastorno del libro RETÓRICA DE TABERNA de ERIC ARBONÉS CASTELLVÍ Share on X
Salvaje ignorancia
Entre la fría y negra noche
unos ojos observan,
ni un susurro cruza la arbolada
el calor de su respirar y nada.
Tu terror a las tinieblas
su hábitat tranquilo,
te presentan tan malvado
para el miedo de sus hijos.
Danzando entre montes agrestes
creando su equilibrio,
te quiero ver libre
siempre tan huidizo.
Nunca más mal que el que es preciso,
mi estirpe que te escribe busca tu cabeza
rodando monte abajo con la lengua fuera.
No grites a la luna debo pedirte, contente esta noche,
tu amor solitario por sí solo se describe.
Solo te pido que corras mientras se hunde tu mundo.
Haz que corra la voz,
amotinaros de una vez,
no temas, pues somos nosotros
quienes debemos temer.
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Peces gordos
Lo que más odio de ti,
tu semilla de codicia y avaricia
plantada con suma violencia,
pero más fuerte la del sigilo.
Anhelos del deslumbrar en esta vida
para pudrirte sin nada en la otra,
alimentando un estómago insaciable,
maldita comodidad, seguimos nadando en un estanque.
Comiendo de sus sobras
pudriendo nuestro ser,
cambiando los rumbos siempre
bajo su parecer.
El sigilo manda en esta danza macabra,
¿de qué parte estás?
Si ninguna está sana.
Sus sombras eclipsan la luz que nos da la vida,
la muerte al fin,
será la única salida.
Si en las sombras es donde se cobijan,
pagarán por lo hecho,
las alimañas también gritan.
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La revolución del río
¡Yo lo vi!
Vi aquella gota nacer
una mañana de rocío,
como las demás desoladas
acatando trágico destino.
Se abrió paso entre las muchas
buscando otro camino como pocas,
no orgullosa gota de rosa
sino rebelde de haya.
Negando un futuro obvio
luchando presente idealista,
gritando no puedo sola
pero juntas ríos y marismas.
Su voz fue el eco
de la dura marcha,
plantó una idea nueva
en el arcaico bosque de hayas.
De buen principio
temieron por sus vidas,
aunque al verla inquebrantable
se volvieron decididas.
Seguía en lo más alto
la eterna dama de blanco,
el futuro sonreía
descendiendo por el árbol.
No necesitaron hablar
el movimiento lo llevaba escrito,
ni la más tímida se echó atrás,
ni una duda, ni un mal respiro.
Como gritos de crías
buscando a su madre,
se fueron agolpando
a la sombra del valle.
Desde lo más alto
madre roja ajusticiaba,
ellas temerosas
que idea se evaporara.
Aguardarán a nueva generación,
confiando en su juicio,
creyendo en la determinación
que labró su camino.
Y así fueron bajando
al descanso de la sombra,
el silencio de la montaña roto
por el viento y las hojas.
Solo las rocas susurraban
el paso de las muchas,
aun sabiendo fragilidad
se adentraban en negras grietas.
Allí cautelosas
con la euforia adormecida,
lograron la gran unión
todas ellas decididas.
No eran muchas sino uno
el río de la libertad,
del callar al explotar
un sentimiento nada más.
Un estruendo estremecedor
agitó ese triste valle,
algo nuevo estaba ocurriendo
y el origen rocas saben.
Toda vida que albergaba ese lugar
se hizo más fuerte,
la riada se hizo paso
en la inmensa explanada verde.
Con la fuerza y la añoranza
del que abandona su hogar,
exhaustas y felices
ya divisaban el mar.
Nada barraba el paso
un rugido ensordecía,
libertad y libertad
solo tú, ansiada mía.