Poemas
De Flores de Invierno
I
Si permaneces quieto
se te revelará
lo que dicen las estrellas,
el frío de su corazón,
que imaginas de fuego,
su ardua singladura
por el tiempo y el espacio,
abierto su compás para tus ojos.
V
Ahora, en el invierno, no recuerdas
cómo se fue el verano,
en qué lugar su adonde:
si hojas apremiadas hechas viento
en escorzo imprevisto de tormenta
o clamores de festividad,
con llamaradas que incendian la noche.
Pero aun así no puedes recordar
cómo se fue el verano,
qué avidez en sus palmas lo robó.
IX
Cuando no tienes nada que decir
los sonidos acuden a tus labios,
murmuran entre rejas sus discursos.
Y la voz se pregunta:
¿quién hace poesía del silencio?,
¿a qué dios entregará su ventura?
Es el tiempo de la profanación:
la esperanza no está donde soñamos,
y la corriente fluye sin nosotros.
XI
El azul reluciente de los cielos
que da frío a la piel
y a los ojos exalta de alegría,
a qué mundos de luz transportará
el deseo escondido,
la desazón que agrieta los silencios
en su lucha sin pausa, los temblores
que abisma la quietud.
El azul reluciente de los cielos
nada sabe de mí:
la pelea incesante con las sombras
en espacios que son de su gobierno,
la desaparición
que en sus antorchas trae la sentencia,
o el resurgir, hastiado, en las cenizas,
Fénix casi inmortal,
investidas sus alas de otro fuego.
XVI
En mis manos se agolpa lo inservible,
aquello que jamás fue convocado,
lo que nunca logró
clavar sus raíces en el deseo.
Y las palmas reciben esa espuma,
un breve jolgorio en la mirada,
poso de humedad en la piel
que luego seca, como la ilusión,
o se va cual hierba al viento,
los rostros sin impronta,
los dibujos del agua.
Lo que quiero abrazar se queda fuera,
en los confines de lo incierto,
bárbaros al acecho de jardines,
de gloria, de mujeres.
El abrazo se abraza a su vacío,
cine los aros contra duelas blandas;
mas, no se goza en la conformidad,
y se llaga por dentro,
anhela lo imposible, por los siglos…
En sabia inclinación tiende la rueca,
y con los oros del aire devana
entre sus dedos, fértil, el ovillo.
Formas de mirar
La cabeza hacia atrás
sólo acierta a ver
las pupilas agrietadas del perro;
en las tórtolas, la desasida voz
de su canto;
el aire y sus espinos de fuego.
La cabeza hacia adelante
sólo acierta a vislumbrar
el paso que la memoria olvidó,
los colores que no puede llevarse,
los ojos que el trayecto harán recuerdo.
La cabeza hacia adelante
ya no quiere mirar.
(Ni volver a mirar)
El universo del cuadro
El viento busca exilio entre las tejas,
su gubia esculpe música de barro,
al dictado de escarchas y de nieves,
ahora que el azul tiende sus primores
e incita desde arriba a la pereza,
a abandonarse al grato no hacer nada.
Las palomas son tórtolas que emigran
de chimenea en chimenea,
señoras de este cielo y sus corrientes;
de las tres dimensiones del espacio
sus arrullos en celo;
gorriones de aletear escandaloso,
peritos en alambres y rincones;
y la insignificante lagartija
que vuela por los aires del tejado,
y niega realidad a mi presencia.
Todo sucede aquí, en el mismo cuadro,
no es algo que acontezca,
estuvo siempre ahí, cual banderolas
prendidas en los hilos,
sin vocación de calma o movimiento.
Lo que sucede s en mis ojos,
es dádiva que obsequia la ventana,
sin que nadie se cobre el admirar,
la cosecha de gozos tan secretos.
El óbolo que no pagan las manos
lo cobrará el tiempo en melancolía.
Me leeré…
Me leeré una vez más para tus ojos,
página a página, como fue entonces…,
los racimos de piñas, los sonidos
a intemperie, los chopos de ribera,
lombardos, carolinos, con su viento
de pájaros y de hojas;
aquello que hacía corriente: lluvias
y piedras afinadas por su mano,
que se dejaba ir
abrazado al temblor de su caudal.
No intentes decir nada.
Me leeré una vez más, en silencio…
Será para tus ojos.