escritor

I
A mi hija Andrea

No es la impaciente orilla
secuestrando cada nueva ola,
sino la candidez incesante
de tu risa liberando
mares durmientes,
no es el albergue
de morir o soñar,
sino tus manos celestes
acariciando pétalos de espuma,
reflejados en el arco iris exacto
de tu mirada en explosión
de vientos, bañados en las estrellas
de tus ojos límpidos,
que las esferas imitan,
como a tu voz cuando me llama
y me cuenta el mundo en dos palabras
que compartimos como estela,
que leve miramos, y así,
de tu mano y de mi mano
seguiremos saltando olas,
como un sueño varado
y ataviado de brisa,
que dulce aquieta
el amanecer de unas alas.

X

Cuando entornas tus ojos
para que yo pueda tener noches
y tu respiración es mi canto,
sigues entregada al deshielo
que te convierte en vago humo,
y aunque camine siempre contigo,
te escarchas y no brotas
entre mis dedos,
atrincherada en pensamientos ajenos,
quebrada en ocasos al viento.
Esta hora que me alcanza
y que te quiere pura, pero intensa,
vivamente desnuda de palabras,
abrigando incesantes incendios.
Y aún silencias gritos de cometas lejanos,
tallando nuevas heridas
en las que derramas abismos
y hebras de claroscuros callados,
tembloroso racimo de silencio,
en tinieblas que soñaste sin estrellas,
quebranto de un espejo de lluvia
que borra el camino.

XIV

El soplo lento de una tarde,
salpica octubre tornándolo beso,
se puebla cándido el embeleso,
temblando de distante, arde.
Fatalmente me dices uno,
cayendo, constantemente ingrávida,
clavando el oculto remolino,
delicia súbita que hiere el ánima.
¿Qué será de la enlutada flama?
La que añora el tiempo que guardabas,
inventando tempranos últimos
que te llegaban como rasguño de una voz,
en honda altura y en dulces vientos.

XXII

Tenerte en el olvido
es mirarte en otros rostros,
encontrarte en cada calle,
ignorar que ya te has ido.
Verte igualmente,
recreándome en tu sombra,
la nacida de tu piel,
que olvida que existe
porque tú le das vida;
y luego olvidar
que tuve un nombre,
que tus labios endulzaban;
que fui tormenta
de una lágrima sedienta
en los ojos del que olvida,
o en las dunas desiertas.
Y a pesar de lo pactado
tenerte en el olvido,
ha sido olvidar,
que te he olvidado.