Henry Miller "Una pesadilla con aire acondicionado"

«Esta frenética actividad que nos tiene a todos agarrados, ricos y pobres, débiles y poderosos, ¿a dónde nos está llevando? Hay dos cosas en la vida que yo creo que todos los hombres ansían y muy pocos consiguen (pues ambas pertenecen al ámbito de lo espiritual) y son la salud y la libertad. El farmacéutico, el médico, el cirujano son incapaces de proporcionar salud; el dinero, el poder, la seguridad, la autoridad, no dan libertad. La educación nunca proporcionará sabiduría, ni las iglesias religión, ni la seguridad paz»

Henry Miller «Una pesadilla con aire acondicionado»

Henry Miller "Una pesadilla con aire acondicionado"

«Esta frenética actividad que nos tiene a todos agarrados, ricos y pobres, débiles y poderosos, ¿a dónde nos está llevando? Hay dos cosas en la vida que yo creo que todos los hombres ansían y muy pocos consiguen (pues ambas pertenecen al ámbito de lo espiritual) y son la salud y la libertad. El farmacéutico, el médico, el cirujano son incapaces de proporcionar salud; el dinero, el poder, la seguridad, la autoridad, no dan libertad. La educación nunca proporcionará sabiduría, ni las iglesias religión, ni la seguridad paz»

Henry Miller «Una pesadilla con aire acondicionado»

Todas las vidas transcurren en mí

En al mente detenida no existe un lugar del que no firme parte y sea: las cumbres, las piedras, la arena. También soy las orillas. Soy todas esas cosas y todas ellas son yo. La observación, lo observado y quien observa. Lo percibido y el percibir. Sentir el olor del mar y ser el propio olor; escuchar el sonido de las hojas y ser el sonido. No hay tiempo detrás o delante en el que no me halle de alguna forma. En cada espacio he podido nacer y morir. Soy un pequeñísimo trozo del universo sin el que no podría existir el Todo. […] No hay distancia entre el yo y lo otro. Todas las vidas transcurren en mí.

El niño que bebió agua de brújula
Julio Alcaraz Mas
Ed. Calambur

Todas las vidas transcurren en mí

En al mente detenida no existe un lugar del que no firme parte y sea: las cumbres, las piedras, la arena. También soy las orillas. Soy todas esas cosas y todas ellas son yo. La observación, lo observado y quien observa. Lo percibido y el percibir. Sentir el olor del mar y ser el propio olor; escuchar el sonido de las hojas y ser el sonido. No hay tiempo detrás o delante en el que no me halle de alguna forma. En cada espacio he podido nacer y morir. Soy un pequeñísimo trozo del universo sin el que no podría existir el Todo. […] No hay distancia entre el yo y lo otro. Todas las vidas transcurren en mí.

El niño que bebió agua de brújula
Julio Alcaraz Mas
Ed. Calambur

Vida sin centro

Pero mi vida carece de centro, y flota, temblorosa, entre muchas hileras de polos y polos opuestos. Nostalgia del hogar de aquí, nostalgia de peregrinar allí. ¡Urgencia de soledad y vida monacal aquí!, ¡Ansia de amor y solidaridad allí! He cultivado la voluptuosidad y el vicio, y los he abandonado para practicar el ascetismo y la mortificación. He respetado la vida como sustancia, y he llegado a no poder reconocerla y amarla más que como función.
Pero no es asunto mío hacerme diferente de lo que soy. Quien busca el milagro, quien quiere atraerlo y ayudarlo, solo consigue alejarse de él. Mi misión es flotar entre muchas alternativas tensas y estar dispuesto cuando el milagro corre hacia mí. Mi misión es estar insatisfecho y sufrir desasosiego.

H. Hesse «el caminante»

Ernesto Sabato y la metafísica (una aproximación)

La existencia es trágica por su radical dualidad, por pertenecer a la vez al reino de la naturaleza y al reino del espíritu: en tanto que cuerpo somos naturaleza y, en consecuencia, perecederos y relativos; en tanto que espíritu participamos de lo absoluto y la eternidad. El alma tironeada hacia arriba por nuestra ansia de eternidad y condenada a la muerte por su encarnación, parece ser la verdadera representante de la condición humana y la auténtica sede de nuestra infelicidad. Podríamos ser felices como animal o como espíritu puro, pero no como seres humanos.

La anterior cita pertenece a Ernesto Sábato y está extraída de uno de los artículos que componen «El escritor y sus fantasmas», aunque lo mismo podría haber formado parte de «Abbadón, el exterminador», su tercera y última novela, donde fábula, biografía, Historia y ensayo se unen en un todo que busca indagar no sólo el límite de la novela, sino sobre todo, y de ahí la cita, del alma humana.
De hecho, la cita resume muy bien las tres tentativas novelísticas de Sabato: «El túnel», «Sobre héroes y tumbas» y «Abbadón». Todas ellas son una investigación, cada vez más consciente, sobre lo que el autor argentino llamó «El hombre en crisis»: el hombre despertado del sueño del racionalismo por la segunda Guerra Mundial. Una crisis que, en lo espiritual, llega hasta hoy y a la que todavía no hemos encontrado salida.
La obra de Sabato es, entonces, metafísica. Rozando a veces lo esotérico, es decir, las regiones en las que el alma, un poco más liberada de su carnalidad, se topa con fenómenos inexplicables racionalmente. Fenómenos que, añadiría Sabato, no tienen por qué ser explicables ya que las leyes que rigen para la matería no tienen por qué regir para el espíritu.
El hombre de Sabato es un hombre que no sólo se pregunta por qué o para qué existe, sino que lamenta, a veces, su existencia (aunque, por otro lado, ame la vida, esta vida), pues se halla tironeado por un lado por su cuerpo, hacia la materia y por otro, hacia su espíritu. Y por eso, a veces, como el propio Sabato busca el mundo de la luz y de la ciencia, pero en otras ocasiones, como Fernando Vidal Olmos o Alejandra, su hija, necesita meterse hasta las orejas en la oscuridad, en lo demoniaco, en lo inexplicable e irracional (o arracional).
Todas sus obras son un avance, a ciegas, por ese espacio del alma, por esa búsqueda de sentido del hombre dividido, partido en dos por las necesidades y los gozos de la materia y los goces y debilidades del espíritu. Y también por su sociedad, por su historia, por eso que se llaman Circunstancias y que aparecen siempre en las obras de Sabato, y él así lo explica, como algo inevitable pues el hombre, ningún hombre, se desarrolla en el vacío: y por ello toda novela, incluso las que lo ocultan (y precisamente por ello) son políticas.
Este otro párrafo de «Abbadón» describiría muy bien su pensamiento y puede ser otro perfecto resumen de lo que se puede encontrar en la obra de un Sabato últimamente olvidado cuando no menospreciado, pese a haber adelantado caminos y formas que aún hoy siguen resultando inquietantes, rompedores y maravillosos.

Y tarde o temprano aquel universo incorruptible concluía pareciéndole un triste simulacro, porque el mundo que para nosotros cuenta es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia, esta sangre, este fuego,este amor, esta espera de la muerte; el único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos, una mirada destinada a la podredumbre pero nuestra: caliente y cercana, carnal.Sí, tal vez existiera ese universo invulnerable a los destructivos poderes del tiempo; pero era un helado museo de formas petrificadas, aunque fuesen perfectas, formas regidas y quizá concebidas por el espíritu puro. Pero los seres humanos son ajenos al espíritu puro, porque lo propio de esta desventurada raza es el alma, esa región desgarrada entre la carne corruptible y el espíritu puro, esa región intermedia en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño. Ambigua y angustiada, el alma sufre (cómo podría no sufrir!), dominada por las pasiones del cuerpo mortal y aspirando a la eternidad del espíritu, vacilando perpetuamente entre la podredumbre y la inmortalidad, entre lo diabólico y lo divino. Angustia y ambigüedad de la que en momentos de horror y de éxtasis crea su poesía, quesurge de ese confuso territorio y como consecuencia de esa misma confusión:un Dios no escribe novelas.

Ernesto Sabato y la metafísica (una aproximación)

La existencia es trágica por su radical dualidad, por pertenecer a la vez al reino de la naturaleza y al reino del espíritu: en tanto que cuerpo somos naturaleza y, en consecuencia, perecederos y relativos; en tanto que espíritu participamos de lo absoluto y la eternidad. El alma tironeada hacia arriba por nuestra ansia de eternidad y condenada a la muerte por su encarnación, parece ser la verdadera representante de la condición humana y la auténtica sede de nuestra infelicidad. Podríamos ser felices como animal o como espíritu puro, pero no como seres humanos.

La anterior cita pertenece a Ernesto Sábato y está extraída de uno de los artículos que componen «El escritor y sus fantasmas», aunque lo mismo podría haber formado parte de «Abbadón, el exterminador», su tercera y última novela, donde fábula, biografía, Historia y ensayo se unen en un todo que busca indagar no sólo el límite de la novela, sino sobre todo, y de ahí la cita, del alma humana.
De hecho, la cita resume muy bien las tres tentativas novelísticas de Sabato: «El túnel», «Sobre héroes y tumbas» y «Abbadón». Todas ellas son una investigación, cada vez más consciente, sobre lo que el autor argentino llamó «El hombre en crisis»: el hombre despertado del sueño del racionalismo por la segunda Guerra Mundial. Una crisis que, en lo espiritual, llega hasta hoy y a la que todavía no hemos encontrado salida.
La obra de Sabato es, entonces, metafísica. Rozando a veces lo esotérico, es decir, las regiones en las que el alma, un poco más liberada de su carnalidad, se topa con fenómenos inexplicables racionalmente. Fenómenos que, añadiría Sabato, no tienen por qué ser explicables ya que las leyes que rigen para la matería no tienen por qué regir para el espíritu.
El hombre de Sabato es un hombre que no sólo se pregunta por qué o para qué existe, sino que lamenta, a veces, su existencia (aunque, por otro lado, ame la vida, esta vida), pues se halla tironeado por un lado por su cuerpo, hacia la materia y por otro, hacia su espíritu. Y por eso, a veces, como el propio Sabato busca el mundo de la luz y de la ciencia, pero en otras ocasiones, como Fernando Vidal Olmos o Alejandra, su hija, necesita meterse hasta las orejas en la oscuridad, en lo demoniaco, en lo inexplicable e irracional (o arracional).
Todas sus obras son un avance, a ciegas, por ese espacio del alma, por esa búsqueda de sentido del hombre dividido, partido en dos por las necesidades y los gozos de la materia y los goces y debilidades del espíritu. Y también por su sociedad, por su historia, por eso que se llaman Circunstancias y que aparecen siempre en las obras de Sabato, y él así lo explica, como algo inevitable pues el hombre, ningún hombre, se desarrolla en el vacío: y por ello toda novela, incluso las que lo ocultan (y precisamente por ello) son políticas.
Este otro párrafo de «Abbadón» describiría muy bien su pensamiento y puede ser otro perfecto resumen de lo que se puede encontrar en la obra de un Sabato últimamente olvidado cuando no menospreciado, pese a haber adelantado caminos y formas que aún hoy siguen resultando inquietantes, rompedores y maravillosos.

Y tarde o temprano aquel universo incorruptible concluía pareciéndole un triste simulacro, porque el mundo que para nosotros cuenta es éste de aquí: el único que nos hiere con el dolor y la desdicha, pero también el único que nos da la plenitud de la existencia, esta sangre, este fuego,este amor, esta espera de la muerte; el único que nos ofrece un jardín en el crepúsculo, el roce de la mano que amamos, una mirada destinada a la podredumbre pero nuestra: caliente y cercana, carnal.Sí, tal vez existiera ese universo invulnerable a los destructivos poderes del tiempo; pero era un helado museo de formas petrificadas, aunque fuesen perfectas, formas regidas y quizá concebidas por el espíritu puro. Pero los seres humanos son ajenos al espíritu puro, porque lo propio de esta desventurada raza es el alma, esa región desgarrada entre la carne corruptible y el espíritu puro, esa región intermedia en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño. Ambigua y angustiada, el alma sufre (cómo podría no sufrir!), dominada por las pasiones del cuerpo mortal y aspirando a la eternidad del espíritu, vacilando perpetuamente entre la podredumbre y la inmortalidad, entre lo diabólico y lo divino. Angustia y ambigüedad de la que en momentos de horror y de éxtasis crea su poesía, quesurge de ese confuso territorio y como consecuencia de esa misma confusión:un Dios no escribe novelas.

Por cosas como ésta hay que leer a Henry Miller…

Te arrojan al mundo como una momia pequeña y sucia; los caminos están resbaladizos de sangre y nadie sabe por qué ha de ser así. Cada cual sigue su propio camino y, aunque la tierra se pudra con cosas buenas, no hay tiempo para arrancar los frutos; la procesión se abalanza hacia el letrero de la salida, y hay tal pánico, tal ansia por salir, que los débiles y los indefensos quedan pisoteados en el fango y no se escuchan sus gritos

H.Miller «Trópico de Cáncer»

Por cosas como ésta hay que leer a Henry Miller…

Te arrojan al mundo como una momia pequeña y sucia; los caminos están resbaladizos de sangre y nadie sabe por qué ha de ser así. Cada cual sigue su propio camino y, aunque la tierra se pudra con cosas buenas, no hay tiempo para arrancar los frutos; la procesión se abalanza hacia el letrero de la salida, y hay tal pánico, tal ansia por salir, que los débiles y los indefensos quedan pisoteados en el fango y no se escuchan sus gritos

H.Miller «Trópico de Cáncer»

Vineland – Thomas Pynchon

Hay en Vineland un gusto claro por las situaciones absurdas y divertidas. Hay una crítica feroz, y no sólo a través de ese absurdo, hacia eso que llamamos contemporaneidad y que no es otra cosa que la sociedad despojada de toda inocencia, el campo de batalla ampliado, la pasta por la pasta. Hay, también, una apuesta narrativa arriesgada: un ir y venir del tiempo, un saltar de un personaje a otro, un narrador omnisciente que, sin embargo, de algún modo forma parte de la trama. Hay, en fin, una epopeya con sus horas de glorias, sus batallas perdidas, sus héroes y sus traidores. Y al final, ya lo hemos dicho, la inocencia perdida para siempre y, aun así, la necesidad de seguir viviendo o de aprender a vivir de nuevo. De construir. 
Vineland es, y esto es obvio, la cruz de una moneda cuya cara sería el tan publicitado sueño americano. La tierra de las libertades es aquí la tierra de la represión, Watchmen, 1984, el fanatismo republicano por la seguridad, lo peor de Nixon y lo peor de Reagan, la imposibilidad de fumarse un canutillo sin que alguien te espose y te meta treinta años en la cárcel. O, en el caso de Frenesí, de grabar la realidad sin que alguien intente utilizar tus vídeos y tu influencia como un arma.