Crítica y contracritica

Ayer se publicó una reseña nueva de «Concerto Solli», esta vez en Literaria Comunicación. La podéis ver aquí.
Aunque cierta persona me ha dicho que la reseña no le parece mala, a mí me ha dejado cierto regusto amargo. Sobre todo, dos partes de ella. La primera la que dice: «a excepción de algunas erratas o faltas ortográficas». Lo de las erratas va con la profesión, pero lo de las faltas me llega al alma, ¡porque mira que he corregido veces la novela!
La segunda parte que más amarga me ha resultado, al leerla, ha sido la que dice: «La narración pierde frescura porque Alberto Gómez da preeminencia a la narración frente al diálogo; prefiere los soliloquios, las reflexiones internas de su protagonista, plagados de citas literarias y filosóficas con las que intenta justificar el acontecer de la historia»
Esta parte se me hace amarga porque, sinceramente, no puedo compartir el análisis. Eso puede ser cierto para la primera parte (de cinco) del libro, pero la parte dos y tres son narraciones en las que el estilo cambia completamente (la segunda es casi un cuento, la tercera tiene algo de bildung roman) y la cuarta es un ejercicio de reconstrucción basado, fundamentalmente, en el diálogo, en la entrevista.
Es precisamente ese comentario el que me lleva a pensar que Sara Roma ha hecho la crítica basándose sólo en la primera parte del libro, que sí obedece a todo lo que ella señala: seriedad, reflexión, poco diálogo y mucho monólogo, crítica social, etc. Algo que puede atribuirse, también, a un demérito mío, por no haber sido capaz de captar su atención lo suficiente como para que siga. Pero que, por otro lado, ella debería haber apuntado.
En cualquier caso, dos reseñas públicas de Concerto Solli: una muy halagadora y otra no tanto. O sea, la vida.

P.S: Releo la crítica y me encuentro con esto «no es una novela optimista, más bien demasiado seria para alguien tan joven». Y me pregunto, ¿a qué edad podré comenzar a hacer novelas serias? ¿A los cuarenta, a los cuarenta y cinco? Y sí, por supuesto, esto es una broma. Entiendo lo que quiere decir: que de alguien de treinta años se espera otro tipo de novela. La parte cinco es todo sexo, drogas y rock and roll. Supongo que, por ello, más juvenil. Lo que me vuelve a hacer pensar que la reseña enlazada es sólo la crítica de la parte I del libro. 

Crítica y contracritica

Ayer se publicó una reseña nueva de «Concerto Solli», esta vez en Literaria Comunicación. La podéis ver aquí.
Aunque cierta persona me ha dicho que la reseña no le parece mala, a mí me ha dejado cierto regusto amargo. Sobre todo, dos partes de ella. La primera la que dice: «a excepción de algunas erratas o faltas ortográficas». Lo de las erratas va con la profesión, pero lo de las faltas me llega al alma, ¡porque mira que he corregido veces la novela!
La segunda parte que más amarga me ha resultado, al leerla, ha sido la que dice: «La narración pierde frescura porque Alberto Gómez da preeminencia a la narración frente al diálogo; prefiere los soliloquios, las reflexiones internas de su protagonista, plagados de citas literarias y filosóficas con las que intenta justificar el acontecer de la historia»
Esta parte se me hace amarga porque, sinceramente, no puedo compartir el análisis. Eso puede ser cierto para la primera parte (de cinco) del libro, pero la parte dos y tres son narraciones en las que el estilo cambia completamente (la segunda es casi un cuento, la tercera tiene algo de bildung roman) y la cuarta es un ejercicio de reconstrucción basado, fundamentalmente, en el diálogo, en la entrevista.
Es precisamente ese comentario el que me lleva a pensar que Sara Roma ha hecho la crítica basándose sólo en la primera parte del libro, que sí obedece a todo lo que ella señala: seriedad, reflexión, poco diálogo y mucho monólogo, crítica social, etc. Algo que puede atribuirse, también, a un demérito mío, por no haber sido capaz de captar su atención lo suficiente como para que siga. Pero que, por otro lado, ella debería haber apuntado.
En cualquier caso, dos reseñas públicas de Concerto Solli: una muy halagadora y otra no tanto. O sea, la vida.

P.S: Releo la crítica y me encuentro con esto «no es una novela optimista, más bien demasiado seria para alguien tan joven». Y me pregunto, ¿a qué edad podré comenzar a hacer novelas serias? ¿A los cuarenta, a los cuarenta y cinco? Y sí, por supuesto, esto es una broma. Entiendo lo que quiere decir: que de alguien de treinta años se espera otro tipo de novela. La parte cinco es todo sexo, drogas y rock and roll. Supongo que, por ello, más juvenil. Lo que me vuelve a hacer pensar que la reseña enlazada es sólo la crítica de la parte I del libro. 

Símbolos ¿nacionales?

Con la enésima final de copa entre Athletic y Barcelona vuelve a aparecer en el debate el más que probable pitido al Himno Nacional cuando suene al comienzo de la final. Hay quien dice (los que siempre son muy sensibles a estas cosas y muy pocos a que sus amados líderes evadan impuestos) que debería anularse la final en caso de que tales pitidos se produzcan y señalan a Sarkozy, llenos de ira y envidia, quien anuló un partido cuando la afición tunecina pitó la Marsellesa. 
Hay, incluso, quien distribuye una foto de 1940 con los jugadores de ambos equipos, Athletic y Barça, en una final similar, levantando el brazo en el medio del campo en el, entonces habitual, saludo fascista. Que uno se pregunta qué valor puede tener tal foto que habría sido idéntica de haber sido jugada la final por el Betis y el Valladolid, o por el Rayo y el Osasuna. ¿Tienen envidia a lo mejor de aquella uniformidad aparente, de aquel «prietas las filas» que el miedo imponía?
A mí, personalmente, que piten el Himno o no me la trae bastante al pairo. No es que no sea patriota, es que, como le pasa a mucha gente, soy incapaz de identificarme con ese Himno. Y tal vez sea ése el quid de la cuestión: ¿Hasta qué punto se pueden llamar «Nacionales» a unos símbolos por los que buena parte de la población no sólo siente indiferencia sino, en algunos casos, repugnancia? ¿Hasta qué punto cuando tales símbolos han sido aprobados hace ya más de una generación y en un contexto de coacción post-dictatorial? 
Hace poco más de una semana, Nacho Vegas y Pablo Und Destruktion despidieron el concierto de Mondo Sonoro cantando «Santa Bárbara bendita». Mi piel se puso de gallina y me sentí hermanado a cuantos me rodeaban y cantaban también ese himno de los mineros. Me ocurre lo mismo cada vez que oigo a Serrat cantar «caminante no hay camino» o «Yo me bajo en Atocha» a Sabina. Supongo que cada uno tiene sus patrias y se siente solidario con ciertas gentes. 
En mi caso, insisto, me cuesta sentirme representado por el actual Himno y la actual bandera. Mi pueblo no es el que luce esos colores, sino el que lleva una bandera que en su franja morada reivindica a Riego, los afrancesados, la aniquilada (e imposible) ilustración, Goya, Machado, Lorca, la laicidad del Estado y los valores ciudadanos. Sin ser muy partidario de los símbolos, hoy, sí podría sentirme unido a esa bandera. 
Y aunque soy respetuoso con los símbolos ajenos y hasta me santiguo al entrar en una iglesia, creo el problema no es que dos aficiones piten el Himno, sino que ese Himno hace ya muchos años que perdió su legitimidad para buena parte de la población. Como tantas otras cosas. Aunque haya quien no quiera verlo. 

Símbolos ¿nacionales?

Con la enésima final de copa entre Athletic y Barcelona vuelve a aparecer en el debate el más que probable pitido al Himno Nacional cuando suene al comienzo de la final. Hay quien dice (los que siempre son muy sensibles a estas cosas y muy pocos a que sus amados líderes evadan impuestos) que debería anularse la final en caso de que tales pitidos se produzcan y señalan a Sarkozy, llenos de ira y envidia, quien anuló un partido cuando la afición tunecina pitó la Marsellesa. 
Hay, incluso, quien distribuye una foto de 1940 con los jugadores de ambos equipos, Athletic y Barça, en una final similar, levantando el brazo en el medio del campo en el, entonces habitual, saludo fascista. Que uno se pregunta qué valor puede tener tal foto que habría sido idéntica de haber sido jugada la final por el Betis y el Valladolid, o por el Rayo y el Osasuna. ¿Tienen envidia a lo mejor de aquella uniformidad aparente, de aquel «prietas las filas» que el miedo imponía?
A mí, personalmente, que piten el Himno o no me la trae bastante al pairo. No es que no sea patriota, es que, como le pasa a mucha gente, soy incapaz de identificarme con ese Himno. Y tal vez sea ése el quid de la cuestión: ¿Hasta qué punto se pueden llamar «Nacionales» a unos símbolos por los que buena parte de la población no sólo siente indiferencia sino, en algunos casos, repugnancia? ¿Hasta qué punto cuando tales símbolos han sido aprobados hace ya más de una generación y en un contexto de coacción post-dictatorial? 
Hace poco más de una semana, Nacho Vegas y Pablo Und Destruktion despidieron el concierto de Mondo Sonoro cantando «Santa Bárbara bendita». Mi piel se puso de gallina y me sentí hermanado a cuantos me rodeaban y cantaban también ese himno de los mineros. Me ocurre lo mismo cada vez que oigo a Serrat cantar «caminante no hay camino» o «Yo me bajo en Atocha» a Sabina. Supongo que cada uno tiene sus patrias y se siente solidario con ciertas gentes. 
En mi caso, insisto, me cuesta sentirme representado por el actual Himno y la actual bandera. Mi pueblo no es el que luce esos colores, sino el que lleva una bandera que en su franja morada reivindica a Riego, los afrancesados, la aniquilada (e imposible) ilustración, Goya, Machado, Lorca, la laicidad del Estado y los valores ciudadanos. Sin ser muy partidario de los símbolos, hoy, sí podría sentirme unido a esa bandera. 
Y aunque soy respetuoso con los símbolos ajenos y hasta me santiguo al entrar en una iglesia, creo el problema no es que dos aficiones piten el Himno, sino que ese Himno hace ya muchos años que perdió su legitimidad para buena parte de la población. Como tantas otras cosas. Aunque haya quien no quiera verlo. 

Símbolos ¿nacionales?

Con la enésima final de copa entre Athletic y Barcelona vuelve a aparecer en el debate el más que probable pitido al Himno Nacional cuando suene al comienzo de la final. Hay quien dice (los que siempre son muy sensibles a estas cosas y muy pocos a que sus amados líderes evadan impuestos) que debería anularse la final en caso de que tales pitidos se produzcan y señalan a Sarkozy, llenos de ira y envidia, quien anuló un partido cuando la afición tunecina pitó la Marsellesa. 
Hay, incluso, quien distribuye una foto de 1940 con los jugadores de ambos equipos, Athletic y Barça, en una final similar, levantando el brazo en el medio del campo en el, entonces habitual, saludo fascista. Que uno se pregunta qué valor puede tener tal foto que habría sido idéntica de haber sido jugada la final por el Betis y el Valladolid, o por el Rayo y el Osasuna. ¿Tienen envidia a lo mejor de aquella uniformidad aparente, de aquel «prietas las filas» que el miedo imponía?
A mí, personalmente, que piten el Himno o no me la trae bastante al pairo. No es que no sea patriota, es que, como le pasa a mucha gente, soy incapaz de identificarme con ese Himno. Y tal vez sea ése el quid de la cuestión: ¿Hasta qué punto se pueden llamar «Nacionales» a unos símbolos por los que buena parte de la población no sólo siente indiferencia sino, en algunos casos, repugnancia? ¿Hasta qué punto cuando tales símbolos han sido aprobados hace ya más de una generación y en un contexto de coacción post-dictatorial? 
Hace poco más de una semana, Nacho Vegas y Pablo Und Destruktion despidieron el concierto de Mondo Sonoro cantando «Santa Bárbara bendita». Mi piel se puso de gallina y me sentí hermanado a cuantos me rodeaban y cantaban también ese himno de los mineros. Me ocurre lo mismo cada vez que oigo a Serrat cantar «caminante no hay camino» o «Yo me bajo en Atocha» a Sabina. Supongo que cada uno tiene sus patrias y se siente solidario con ciertas gentes. 
En mi caso, insisto, me cuesta sentirme representado por el actual Himno y la actual bandera. Mi pueblo no es el que luce esos colores, sino el que lleva una bandera que en su franja morada reivindica a Riego, los afrancesados, la aniquilada (e imposible) ilustración, Goya, Machado, Lorca, la laicidad del Estado y los valores ciudadanos. Sin ser muy partidario de los símbolos, hoy, sí podría sentirme unido a esa bandera. 
Y aunque soy respetuoso con los símbolos ajenos y hasta me santiguo al entrar en una iglesia, creo el problema no es que dos aficiones piten el Himno, sino que ese Himno hace ya muchos años que perdió su legitimidad para buena parte de la población. Como tantas otras cosas. Aunque haya quien no quiera verlo. 

Reseña de "Concerto Solli"

Hace un mes, aproximadamente, se puso a la venta «Concerto Solli, de Nacho Cuenca» (Carpe Noctem, 2015). Éste es un extracto de la primera reseña que se ha publicado (hice también una breve entrevista para El Norte de Castilla) y que ha sido publicada en tres o cuatro sitios distintos. Os pongo el link a El Placer de la Lectura, donde se puede leer completa.

El extracto que os dejo es, por qué negarlo, de esos que animan a seguir escribiendo. Aunque podría discutir, creo, lo de la metodología porque, en lo que a mí se refiere, «Concerto…» es un libro donde ni la apariencia caótica es casual y todo (o eso traté) está ordenado con un propósito. Pero lo bueno de los libros es eso: que todo el mundo los puede hacer suyos. Y además, yo ya estoy trabajando en otro… 🙂

«Lo que uno encuentra en Concerto Solli, además de sexo explícito y prosa experimental, es el espíritu generoso de un autor que ha escrito un libro que, de alguna manera, lo salva. Nos salva. Su deambular sin rumbo, inútil, sin metodología, es diario de una catástrofe, vademécum escrito con más corazón y vulnerabilidad que cualquier libro que haya leído últimamente. Concerto Solli es la prueba de que si uno no sabe adónde ir, la escritura puede darle la fuerza para seguir adelante, al menos hasta la siguiente línea».

http://www.elplacerdelalectura.com/2015/02/concerto-solli-de-nacho-cuenca-de-alberto-gomez.html

Reseña de "Concerto Solli"

Hace un mes, aproximadamente, se puso a la venta «Concerto Solli, de Nacho Cuenca» (Carpe Noctem, 2015). Éste es un extracto de la primera reseña que se ha publicado (hice también una breve entrevista para El Norte de Castilla) y que ha sido publicada en tres o cuatro sitios distintos. Os pongo el link a El Placer de la Lectura, donde se puede leer completa.

El extracto que os dejo es, por qué negarlo, de esos que animan a seguir escribiendo. Aunque podría discutir, creo, lo de la metodología porque, en lo que a mí se refiere, «Concerto…» es un libro donde ni la apariencia caótica es casual y todo (o eso traté) está ordenado con un propósito. Pero lo bueno de los libros es eso: que todo el mundo los puede hacer suyos. Y además, yo ya estoy trabajando en otro… 🙂

«Lo que uno encuentra en Concerto Solli, además de sexo explícito y prosa experimental, es el espíritu generoso de un autor que ha escrito un libro que, de alguna manera, lo salva. Nos salva. Su deambular sin rumbo, inútil, sin metodología, es diario de una catástrofe, vademécum escrito con más corazón y vulnerabilidad que cualquier libro que haya leído últimamente. Concerto Solli es la prueba de que si uno no sabe adónde ir, la escritura puede darle la fuerza para seguir adelante, al menos hasta la siguiente línea».

http://www.elplacerdelalectura.com/2015/02/concerto-solli-de-nacho-cuenca-de-alberto-gomez.html

Reseña de "Concerto Solli"

Hace un mes, aproximadamente, se puso a la venta «Concerto Solli, de Nacho Cuenca» (Carpe Noctem, 2015). Éste es un extracto de la primera reseña que se ha publicado (hice también una breve entrevista para El Norte de Castilla) y que ha sido publicada en tres o cuatro sitios distintos. Os pongo el link a El Placer de la Lectura, donde se puede leer completa.

El extracto que os dejo es, por qué negarlo, de esos que animan a seguir escribiendo. Aunque podría discutir, creo, lo de la metodología porque, en lo que a mí se refiere, «Concerto…» es un libro donde ni la apariencia caótica es casual y todo (o eso traté) está ordenado con un propósito. Pero lo bueno de los libros es eso: que todo el mundo los puede hacer suyos. Y además, yo ya estoy trabajando en otro… 🙂

«Lo que uno encuentra en Concerto Solli, además de sexo explícito y prosa experimental, es el espíritu generoso de un autor que ha escrito un libro que, de alguna manera, lo salva. Nos salva. Su deambular sin rumbo, inútil, sin metodología, es diario de una catástrofe, vademécum escrito con más corazón y vulnerabilidad que cualquier libro que haya leído últimamente. Concerto Solli es la prueba de que si uno no sabe adónde ir, la escritura puede darle la fuerza para seguir adelante, al menos hasta la siguiente línea».

http://www.elplacerdelalectura.com/2015/02/concerto-solli-de-nacho-cuenca-de-alberto-gomez.html

La dialéctica

¿Quién crea la necesidad de un lenguaje dialéctico? ¿Quién es el responsable de una sociedad cada vez más maniquea (y su correspondiente verbal)? 
Se cepillan a la clase media, nos convierten a todos en asalariados precarios y después, cuando la sociedad no es más que un 1% de ricos y un 99% de pobres, se quejan de los partidos y las personas que emplean un lenguaje de enfrentamiento, dialéctico, y piden que no se hable en términos como “los de arriba y los de abajo”, «ricos y pobres», «nosotros y ellos». 
Pero no es un capricho retórico; no es el lenguaje el que crea la realidad, sino la realidad quien crea la necesidad de una dialéctica que lo explique. En este caso, el verba no llevó a la res, sino al contrario. 
Si se puede hablar de «arriba y abajo», es porque en los últimos cinco años las más potentes fuerzas económicas de este país han trabajado para aniquilar cuanto había en medio. La clase media ha muerto. Y eso es lo que ha permitido resucitar una dialéctica cuasi marxista que, sí, parecía olvidada. Pero que aún sigue siendo válida.  

La dialéctica

¿Quién crea la necesidad de un lenguaje dialéctico? ¿Quién es el responsable de una sociedad cada vez más maniquea (y su correspondiente verbal)? 
Se cepillan a la clase media, nos convierten a todos en asalariados precarios y después, cuando la sociedad no es más que un 1% de ricos y un 99% de pobres, se quejan de los partidos y las personas que emplean un lenguaje de enfrentamiento, dialéctico, y piden que no se hable en términos como “los de arriba y los de abajo”, «ricos y pobres», «nosotros y ellos». 
Pero no es un capricho retórico; no es el lenguaje el que crea la realidad, sino la realidad quien crea la necesidad de una dialéctica que lo explique. En este caso, el verba no llevó a la res, sino al contrario. 
Si se puede hablar de «arriba y abajo», es porque en los últimos cinco años las más potentes fuerzas económicas de este país han trabajado para aniquilar cuanto había en medio. La clase media ha muerto. Y eso es lo que ha permitido resucitar una dialéctica cuasi marxista que, sí, parecía olvidada. Pero que aún sigue siendo válida.