Sin Compasión

En una entrevista que recuperaba ayer El Mundo, Manuel Valls, nuevo primer ministro de Francia, decía que frente a la inmigración la izquierda ha de perder los complejos y la compasión. Valls es la respuesta de Hollande y de la izquierda francesa al crecimiento de conservadores y ultraderecha en las últimas municipales. De Valls sabemos, ante todo, que es de origen catalán, cosa que al parecer debería alegrarnos a los hispanos como si por estos lares salieran mejor políticos que al otro lado de los pirineos o como si el triunfo (?) de un particular lo fuera de toda la raza.
En realidad, el triunfo de Valls es el triunfo del populismo. Es la cesión de la izquierda a los bajos instintos (territoriales, xenófobos, elitistas) de los votantes franceses. En España, me temo, ocurriría u ocurrirá algo parecido. Sería mucho más útil, sin duda, que la izquierda, en lugar de poner al frente a un mini-sarkozy y acercarse a los racistas se dedicara, en los barrios marginales, a ofrecer asistencia sanitaria y jurídica, a crear asociaciones de apoyo mutuo, a revitalizar sindicatos y corporaciones vecinales. Pero claro, eso es menos glamuroso que salir en el telediario y supone, además, tratar con la plebe (puag). 
No nos engañemos: hace mucho que el problema de la izquierda en Europa no es de discurso ni de teoría, sino de coherencia. No se puede vivir continuamente poniendo una vela a Dios y otra al Diablo. Porque llega el día en que la compasión la pierden los de abajo y entonces es cuando ocurre aquello que nadie quiere que ocurra: la sangre por las calles. ¿Se acuerda, señor Valls?

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