Hay, existe, una literatura para lectores bulímicos, letras hechas para ser digeridas en las horas de ansiedad y vomitadas después en el baño o en la barra de un bar, cuando no hay más de que hablar. Hay, existe, una literatura escrita en un despacho de Marketing por escritores expertos en las relaciones públicas, en el cítame que te cito, en la palmadita en la espalda hasta que toca cambiar de bando. Hay, anda por las calles, una literatura pintada para ser vendida y no vendida después de pintada, hecha por autores que sueñan con premios, estatuas, posición social.
No hay que ser puristas. No hay que ser envidiosos. No hay que añadir al mundo ni más rabia ni más discusiones. La economía marca el ritmo. La respuesta, si existe, ha de ser individual: no se puede luchar contra la antropología. Que cada uno escriba lo que quiera y como pueda. Que cada uno coma de lo que quiera y cuanto pueda. ¿Qué le importa a quien se acuesta cada noche un ratito con las palabras lo que haya vendido o vaya a vender el último Premio Primavera? ¿Qué poseemos y qué nos posee a nosotros?
Tenemos que encontrar, cada uno por su lado, nuevos dioses, nuevos caminos, una nueva metafísica que vuelva a separar los conceptos de valor y dinero. Sólo entonces será posible volver a disfrutar del arte como un mecanismo que no trata de embellecer la realidad, sino de comprenderla, que no trata de hacer accesible o cómoda la historia y la memoria, sino de ayudarnos a supurarlas.
Yo qué sé. «El arte de cada época trasunta una visión del mundo y el concepto que esa época tiene de la verdadera realidad y esa concepción, esa visión, está asentada en una metafísica y en un ethos que le son propios», decía Sabato. Pero, la posmodernidad acabó con toda metafísica, convirtió todo en fiesta municipal con banderolas. Y nuestro ethos es el consumismo y de ahí: ¿qué podemos sacar?
Tenemos que ser capaces de hallar, cada cual como pueda, una manera de volver a retribuir a las palabras su pasado poder de sanación, de consuelo; de arma, si es necesario.
«En nuestro tiempo solo los grandes e insobornables artistas son los herederos del mito y de la magia, son los que guardan en el cofre de su noche y de su imaginación aquella reserva básica del ser humano, a través de estos siglos de bárbara enajenación que soportamos», sigue Sabato.
Y en otro sitio dice: «No es, en suma, el artista quien está deshumanizado, no es Van Gogh o Kafka quienes están deshumanizados, sino la humanidad, el público»
¿Hay, existe, entonces espacio para una novela capaz de apoyarse en la metafísica de la sociedad actual aunque sea echando manos de la pasada? ¿Existe esa metafísica actual?¿Conservamos el conocimiento de sus términos básicos?¿Existe alguna costumbre, algún ethos, que permita hacer una novela española?¿Existe, en medio de la globalización, lo español más allá del detalle del nombre propio o de la geografía? ¿O tenemos que comenzar a crear espacios abstractos, lugares sin denominación, sustituibles, paradigmáticos (pero, ¿de qué? ¿de todo?)? ¿Dónde queda la literatura del hambre, del fracaso, de los pueblos sin futuro en ese relato de la globalización?
Son, éstas, notas al margen tomadas en marcha, baches en el camino de ir construyendo un relato de la realidad de acuerdo con las propias ideas y los propios sentimientos, que al final son lo mismo porque, como dijo Pessoa en algún libro, y seguimos con las citas, las únicas ideas de verdad son las que se sienten, las que se han asumido como propias porque se han interiorizado o las hemos tenido a través de un proceso que podríamos llamar de revelación.
Hace falta, en fin, una nueva ontología sobre la que levantar un nuevo relato del Ser. Hace falta estudiar, pensar, caminar, sentir, analizar (y mucho) antes de volver a sentarse a escribir una novela. Hay que hacerlo así para no participar del festival de las letras bulímicas, de la narrativa de supermercado, de la que se levanta, efectivamente, sobre el mundo según el FMI y los medios de comunicación. Un mundo condensable en un eslogan con título de película: coge el dinero y corre. O dicho de otro modo: el último será el más tonto.
Y cada vez hay menos listos. Pero no hay que ser puristas.