Repensar el libro

Ayer me enteré de que Adolfo, a quien conozco, pero de quien no me atrevo a llamarme amigo (palabra que considero muy importante), ha puesto en marcha un proyecto de crowdfunding para publicar su primera obra, titulada «La mirada: un viaje al corazón marroquí» http://www.lanzanos.com/proyectos/la-mirada/.
Hoy, accedo al blog de Antonio y veo que ha escrito lo siguiente: «Adolfo, que lo más grave que padece es un patológico (y algo contagioso) optimismo, aspira más bien a alcanzar la felicidad del gordo. A vivir de aquello que le gusta, que es contar historias, honesta y humildemente. Ese es el mayor lujo que quiere permitirse. La esencia de lo que quiero decir es que lo que ha hecho es saltar hacia una fe e, insisto, no a una fe entendida de una manera cristiana, sino a la fe de que lo que sostiene a un escritor son, fundamentalmente, sus lectores. A una religión cuyo primer mandamiento es que sin lectores, no hay novelas«.
A través del blog de Toni llego a un post de Hernán Casciari en el que el autor argentino dice: «Existe, cada vez más, un mundo flamante en el que el número de descargas virtuales y el número de ventas físicas se suma; sus autores dicen: «qué bueno, cuánta gente me lee». Pero todavía pervive un mundo viejo en el que ambas cifras se restan; sus autores dicen: «qué espanto, cuánta gente no me compra«
En mi blog, a la derecha, cada día aparece una cita. La de hoy es de Churchill y dice: «Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oprotunidad«.
Estoy leyendo un libro con la correspondencia entre Durrell y Miller en el que el primero se pregunta (y nos pregunta a todos) si queremos ser escritores o simples literatos: «¿Pez o fruto?«, pregunta Durrell: libertad o mercado. 
Cuento todo esto porque van siendo muchos los días y los encuentros que parecen conducirme a la necesidad de, en privado, pero también en público, plantearme una reflexión sobre la literatura, sobre la necesidad de elegir entre un modelo que, con toda sinceridad, considero caduco y otro que a día de hoy es minoritario, pero que, sin duda, tiene más futuro y, sobre todo, considero más honrado. ¿Pez o fruto? ¿Optimisma o pesimista? ¿Es el fin del libro o el comienzo de un periodo que permitirá nueva relación entre escritores y lectores?
Que lo autores puedan vivir de lo que escriben es, no nos engañemos, una anomalía. Sólo en las últimas décadas, con la globalización de los gustos y la creación de grandes empresas del libro, ha sido posible. El modelo actual, parece remitir, por un lado, a tiempos anteriores, donde cada escritor debía conformarse con un pequeño grupo de fieles y sólo con el paso de los años podía aspirar a convertirse en masivo. Pero por otro lado, los métodos de comercialización actuales permiten que, de esos lectores, uno esté en Madrid, otro en Valencia, dos en París y un último en Managua. Y eso es un lujo, porque casi nunca los escritores pudimos tener un contacto tan directo con lectores de todo el mundo. Y lo importante aquí es la palabra «directo». 
A través de redes sociales, del correo, de los comentarios en Amazon o en otras plataformas, el escritor puede recibir los comentarios de sus lectores rápidamente, y sin filtro. No es que esto sea importante desde un punto de vista comercial (lo será, pero no nos importa), sino que es importante desde un punto de vista ético: el escritor conoce los nombres y las cara de aquellos para quienes escribe y eso, como mínimo, debería llevarle a sentir un mayor respeto por ellos. 
No se trata de que el lector determine lo que el autor escribe. Se trata de que el escritor agradezca, a través de las herramientas que se le ofrecen, la confianza y fidelidad de sus lectores.
Lectores, no compradores. Gente con rostro, no números. Una comercialización para la gente, no para los intermediarios. Y eso debe suponer una bajada de los precios, sin esperar a que algún gobierno rebaje el IVA o de subvenciones. 
Reflexiono en voz alta y sin mucha coherencia, me temo.
Hay que repensar el libro, la industria del libro. El crowdfunding es una opción. Las cooperativas entre autores afines, otra. La autoedición tal y como ya se lleva orientando en los últimos años, la venta directa sólo en formato online, y otras muchas fórmulas permitirán a los autores ir haciéndose un público. ¿Quiénes sobrevivirán? Aquellos a quienes les guste escribir, y no sólo ser escritores.
Los otros, los que gustan de la vida literaria, de las presentaciones, de las farándula, aquellos que no leen porque no tienen tiempo de hacerlo entre mamada y mamada al editor de turno, esos, no sobrevivirán.
Yo sigo pensando. Reflexionando. 
No sé, aún, cómo entregar mi próximo libro a los lectores. Tengo varias ideas en mente, pero aún no me he decidido. Pero lo bonito, lo realmente maravilloso, es ese tropel de posibilidades. Se acabó el sota, caballo y rey que suponían los concursos y los envíos sin esperanza a las editoriales. Ahora hay otros caminos. Muchos otros. Y cada uno elegirá el que mejor se adapte a su carácter y necesidades.
Perderemos dinero, sí. Pero ganaremos lectores y, no lo duden, un mercado editorial más honrado. 
Faltan años para que esto termine, pero el cambio ya ha comenzado. 
Tags: No tags