Hoy, que hay huelga, hay que dejar claro que el recorte en educación no es un ajuste de cuentas contable, sino ideológico. Quieren convertirnos en mano de obra barata. Que no pensemos. Que no desarrollemos un intelecto crítico. Lo decía Tomás Moro: «la pobreza favorece a la monarquía». El hambre, el analfabetismo, favorecen a los poderosos.
Hay una parte importante de la clase media de este país que no quiere ver, seguramente por miedo, que se encuentra cada vez más cerca de la intemperie, de la pobreza. Crecida en el confort, en el menosprecio al pobre – al fracasado que no aprovechó las oportunidades que da el mejor de los sistemas posibles – se aferra a la criminalización del inmigrante, a la grandeza del país, a la pureza de la raza o la alabanza del himno y a la bandera. Son muchos de los que hoy, por ejemplo, vitorearán a Esperanza Aguirre por decir que si se pita al Príncipe o se injuria la bandera española, la final de la Copa del Rey debe suspenderse. Los mismos que piden renunciar a la memoria histórica para poder cerrar heridas. Los mismos que guardan, sin embargo, una agradable memoria de lo que supuso el franquismo: trabajo para todos y una pizca de represión. Los mismos que, cuando la crisis avance – y avanzará – buscarán el amparo de la tribu, de la ultraderecha. Irresponsables ante una desgracia que si no provocaron, sí que consintieron.
Hoy, que hay huelga, merece la pena recordar que ellos pertenecen a eso que se llama «el pueblo» y que educar a los jóvenes supone darles libertad, conciencia, pensamiento crítico para que se enfrenten a esos dogmas sin argumentos, a esos eslóganes sin nada debajo. Para evitar, en suma, que cuando llegue la época del miedo, caigan en las garras del pensamiento único y pierdan su libertad y, de paso, la nuestra.
Para terminar, una cita:
«La vida de la mente se estaba convirtiendo en el último refugio de la praxis revolucionaria«
Max Horkheimer