Cortázar y Fuentes

Estoy leyendo a Cortázar – como siempre o cada poco – y me dicen: «se ha muerto Carlos Fuentes». 
Como por inercia, voy al ordenador, busco y encuentro: 
«Para Cortázar, la realidad era mítica en este sentido : estaba también en el otro rostro de las cosas, el mínimo más allá de los sentidos, la ubicación invisible sólo porque no supimos alargar la mano a tiempo para tocar la presencia que contiene. Por eso eran tan largos los ojos de Cortázar: miraban la realidad paralela, a la vuelta de la esquina; el vasto universo latente y sus pacientes tesoros, la contigüidad de los seres, la inminencia de formas que esperan ser convocadas por una palabra, un trazo de pincel, una melodía tarareada, un sueño«.
Cortázar por Carlos Fuentes, de quien leí hace mucho «Gringo Viejo» y después «La muerte de Artemio Cruz». Un Carlos Fuentes de quien me han llegado algunas anécdotas, de esas que se cuentan entre escritores, que lo muestran como un interesado, siempre pendiente de premios y honores. Y yo las recuerdo y me digo que qué más da. Que a los escritores de los libros que nos gustan es casi siempre mejor no conocerlos. Y entonces vuelvo a Cortázar y me digo que bueno, que a don Julio sí me hubiera gustado, pero no para charlar de literatura, sino de música, y de escaleras que parece que bajan pero suben, y de cómo vivir esos días en que uno se cae dentro de su zapato y no hay modo de salir, por más que uno salte.
Y sí, se ha muerto Fuentes y toco los lomos de «Gringo Viejo» y me digo que el Fuentes que a mí me gusta, el que conocía, el que aún quiero, ahí sigue vivo y que entonces las necrológicas mienten o todos estamos ya muertos. 
Y vuelvo a Cortázar. Como siempre. O cada poco. 
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