Ficción o realidad

Mi mundo es últimamente este cruzar fronteras entre eso que llaman realidad y eso otro que llaman ficción. Y no saber muy bien dónde está la verdad. Saltar de las explicaciones de Ciudadano R sobre las bondades de la reforma laboral, a las preocupaciones amorosas del joven Castorp o las que alguien – dicen que yo, pero no lo tengo del todo claro – ha ido creando en torno a la figura abismal de Rebeca. Estar ahora en Madrid, luego en Davos y un poco más tarde en un poema de Garcilaso o en un pueblo sin nombre, pero que conozco muy bien.
Y descubrir que salir de la realidad es a veces lo mismo que sumergirse a fondo en ella: descuartizarla, ponerla bajo el microscopio, escarbar en ella en busca de respuestas, o de nuevas preguntas. Escribir un verso. Un sólo verso. Uno bueno.
Y así ir consumiendo los días, de siete de la mañana a doce de la noche. Sin parar. A ratos atormentado, a ratos saturado, a ratos feliz por haber hallado una palabra. Una sola palabra. Un consuelo.
Y llegar al fin de semana con decenas de tareas por hacer, con pasión y anhelo. Circo gitano o presentación de Mestre en Madrid. Cena. Escapada a Davos. Relectura de «Blanco Spirituals». Edición. Proyectos empresariales. Dinero. Entrevistas pendientes. Volver a Davos. Y a «Blanco Spirituals». Comida. Un poco de música. Conseguirme otro par de zapatos. Un poco de Lêdo Ivo. Periódicos y revistas atrasadas. Aristóteles en un libro de Filosofía Antigua y Medieval. Cena. Y un domingo de calor, paseo, perros, densas horas de sueño, dejando caer sobre la cama el cansancio de seis días agotadores, exprimidos hasta el tuétano. Y volver a empezar. A saltar de la ficción a la realidad. De los periódicos a la verdad.
Y escuchar cantar a Mick Jagger que, pese a todo, estamos vivos. Y nos late el corazón. Y pasa el vino, Sophia. Que quiero hacerte el amor.

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