Abro el Facebook y me encuentro con la foto de un pobre perro al que unos malnacidos han metido un petardo en la boca, haciendo que se le reventara. No pondré la foto aquí. No es que sea desagradable, es que dan ganas de matar. Nunca entenderé a los que practican la violencia con los perros. Nunca. Y apoyaré cualquier campaña que vaya a favor del endurecimiento de penas para quienes maltratan animales.
Sé que debería sentir el mismo dolor cuando el maltratado es otro animal, pero no es así. Siento pena, claro. Mucha pena. Pero no es lo mismo. Quizás porque no he convivido con ellos tanto como con los perros. Quizás porque no he tenido en ellos el amigo que sí he tenido en los perros.
Ayer mismo me sorprendía de mí mismo, mientras paseaba a la perra, porque ya no la trato como a un perro casi nunca. No es que la vea como a una persona, pero si la veo como a un ser diferenciado, único, especial. No es que sea «mi» perra – de hecho soy yo más suyo que ella mía – sino que es Lúa. Es única.
De hecho, yo que siempre estuve en contra de la prohibición de los toros – no porque me gusten, sino por la prohibición en sí – cambié de opinión ante un argumento tan sencillo como éste: «imagínate que lo que le hacen al toro, se lo hicieran tu perra». Sólo de imaginármelo me entraron nauseas.
Honestamente, creo que de haber pillado a los chicos del petardo en el momento en que lo hacían – y en caliente – podría haber llegado al crimen. O casi. Hay pocas cosas que me hagan hervir tanto la sangre como el maltrato a los perros. Quizás sólo el maltrato infantil. A lo mejor es por la indefensión de ambos, por la responsabilidad que en los dos casos supone tenerlos a cargo y por la injusticia que en ambos se comete con seres que – cosa que no podemos decir casi ningún adulto – son completamente inocentes.
En fin. No sirve de mucho comentarlo. Es una batalla que hay que luchar día a día. Adoptando perros, cuidándolos, denunciando los maltratos y, sobre todo, sensibilizando a una opinión pública que, en muchos casos, no entiende a qué viene tanta preocupación «por un simple animal».
Por lo que a mí respecta, si alguna vez tuviera que elegir entre ciertos seres humanos y un perro, creo que tendría bastante claro a quien salvaría la vida.