Muñeca

De camino a la escuela, mi hija encontró una muñeca de ojos tristes tirada en la banqueta. Le prohibí que la agarrara pero, ante su insistencia, no tuve más remedio que ceder, tal como hacen todos los padres con los hijos. Mi hija levantó la muñeca de ojos tristes, le limpió con la manita la tierra que tenía en los mofletes y el vestidito de manta y entró con ella abrazada a su escuela. Yo la vi yendo a dejar su lunchbox al armario, mientras la muñeca me miraba con sus ojos tristes por encima de su hombro. Levanté un poco la mano para decirles adiós, pero no alcanzaron a verme. De camino a casa, me fui pensando en el destino de la muñeca, tirada como estaba en la banqueta con sus ojos tristes. Se le habrá caído de la mochila a otra niña al ir también de camino a la escuela, pensé. Y sin que nadie se diera cuenta… O tal vez la madre, molesta, la arrojó por la ventana del automóvil en un arrebato. O fue un compañerito maloso el que la sacó, se cansó de patearla y al final la dejó ahí tirada, moribunda y con los ojos tristes. Toda la mañana estuve pensando en el destino de la muñeca como se piensa en el destino de los hombres, y su vanidad. Poco más allá del mediodía fui a recoger a mi hija, que todavía tenía abrazada a su muñeca. Me despedí de la maestra, cogí la lunchbox y caminamos de regreso a casa bajo un día que anunciaba lluvia. No había reparado en que, mientras subíamos la empinada cuesta, aquella muñeca de ojos tristes que iba abrazada a mi hija, y que me miraba por encima del hombro, ahora esbozaba una sonrisa.

Ecos de la Costa

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