La vida más allá de las ventanas

Haga el siguiente ejercicio: no lea los periódicos, no vea las noticias en el televisor, no escuche la radio. No lo haga por una semana, al menos. Haga de cuenta que está usted en una isla desierta, sin periódico del día, sin noticiario de la noche, sin radio al atardecer. Nada. Salga entonces a su trabajo con la firme intención, también, de no escuchar a su compañero de oficina, que seguramente le dará el resumen de las tragedias del día, leídas en el periódico, vistas en el noticiario o escuchadas en la radio.
Antes de que abra el pico su compañero de oficina, háblele de cualquier otra cosa: el espejo retrovisor de su vehículo, sus nuevos zapatos blancos, la hermosa lluvia que cae afuera. Resista un día, dos, tres días así. Le reprocharán, seguramente, que usted es de esas personas que evaden la realidad, pero usted les replicará: ¿y quién dice que la realidad está en los periódicos del día, los noticiarios de la noche, la radio del atardecer?
Pronto se dará cuenta que la vida está más allá de los horrores consuetudinarios que nos presentan éstos y otros medios aquí y allá. Verá que en las calles o avenidas, en las plazas o centros comerciales, en los andadores, no todo es un asunto de balas y narcotraficantes, ni de políticos corruptos o empresarios amontona riquezas, como tampoco es un asunto de medios de comunicación que olvidan que en la vida real (e incluso literaria) no todo es negro ni todo blanco.
Hable con el vendedor de fruta del jardín o deambule por el tianguis o el mercado, y verá que le sobrarán buenas noticias que los periódicos, o las televisoras, o la radio podrían anunciar a los cuatro vientos, tal como anuncian desapariciones, levantados, acribillados, etcétera. Pero que no anuncian. Y no lo hacen porque en estos tiempos lo bueno, lo que realmente vale la pena, es (y lo ha sido siempre) moneda devaluada, artículo de última necesidad. Pero, le digo, haga el ejercicio, y ya verá usted que ningún medio de comunicación, ni un Paracaídas como éste, son más importantes que lo que la vida, más allá de su ventana, nos ofrece cada día.

Ecos de la Costa

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