Soldado abajo

El cuerpo de esa mujer me recuerda la avenida que me llevaba al arco del triunfo. La avenida aquella mañana de París a las once am de tu cuerpo. También me recuerda un cuadro de un soldado muerto en combate la otra tarde en mi ciudad o país de hace cien años. El soldado había luchado por su país contra la guerra del narcotráfico y nadie ya lo recordaba muerto. Un soldado más matado por un sicario, decían, como si el tal soldado no hiciera falta. O como si su voz, su mano que disparaba balas mortales, su salario de dos pesos quincenales, sus cartas que envió a su mujer o abuelita, no hicieran falta. Un soldado más matado por un sicario, decían aquella mañana de París que me recuerda el cuerpo de esa mujer. Y yo diciédome: lo que puede hacer la desnudez de una mujer, recordarme al soldado muerto en combate, aquella mañana de París a las once am de tu cuerpo. Un soldado ahora sin insignias ya, sin honores, su mujer ahora casada con otro hombre más soldado que el soldado muerto, ya hasta sus hijos quitaron su fotografía del buró y en su lugar colocaron la del pato Lucas. Y todo eso aun cuando el soldado dio su vida por su país (sus pies, sus dedos, sus dos orejas), por sus calles y parques dio su vida, sus parques o su almohadita, que hoy lo recuerda apenas  por equivocación.

Afmedios

El origen de la violencia II


Los últimos hechos de violencia en Colima han despertado una variedad de opiniones, según el color de los anteojos con que se le ha mirado. Un hecho es contundente: ha habido violencia. Ahí están los muertos, sí, y los muchos disparos. De eso no creo que le quepa duda a nadie. A mí lo que me parece ya un poco descabellado es que articulistas inteligentes, sesudos, que saben analizar con una precisión de relojeros y cazar con una argucia de leopardos lo que se les ponga enfrente, traten de decir que esta violencia que sufre Colima es por culpa del gobernador Mario Anguiano, incapaz de salir a la calle con una pistola para matar a los sicarios. O mejor, que también es lo que tratan de decirnos: que si hubiera sido gobernador alguno de los porrocandidatos que anhelaban la gubernatura (y que después de perdidas las elecciones desaparecieron como por arte del birlibirloque) esta violencia no existiría. Esto de la violencia que sufre hoy Colima es como el cáncer, simplemente: viene creciendo desde que –para no ir muy lejos, aunque se podría- el sueño de la centenaria Revolución Mexicana , que resumía en letras grandes la leyenda Igualdad para Todos, se rompió en mil pedazos. Decir que la violencia de hoy nació ayer es como decir que el tumor cancerígeno que hoy tenemos ayer no existía. ¿De dónde, pues? Hasta una lógica comprada en el Todo a Peso sería infalibe en su análisis. Además: ¿no se ve cómo está todo el país? ¿no se ve cómo está el sistema político del país? ¿no se ve el fracaso del gobierno panista, que se une al fracaso del PRI más retrógrada (al que pertenece el Otro PRI, por cierto) y a la apoplejía de un PRD desmantelado hasta ideológicamente? ¿no se ve cómo nos ven desde el exterior ni tampoco se entienden las intenciones de nuestro vecino del Norte? ¿no se ven las necesidades de los que menos tienen de, aunque sea con el tráfico de dogras, tener algo? ¿no se ven las ambiciones de los que más tienen de, aunque sea en conciliábulo con los narcotraficantes, tener todavía más y más? Yo no soy muy optimista en esto de que el cáncer que padece mi país –Colima incluida- se pueda curar de un día para otro, porque sabemos que el cáncer que se enraiza en todo el cuerpo no es fácil de echar fuera, eso hasta una lógica comprada en un Todo a Peso lo sabe. Creo, sí, que el sistema –los gobiernos, las instituciones, las personas- deben cambiar las malas intenciones por buenas, los falsos discursos por verdaderos, la promesas por los hechos, la tiranía por la pluralidad, incluso el pesimismo por los sueños. Eso es: hay que soñar, porque, de otra forma, la sangre que derrama la guerra por la sobrevivencia podría alcanzarnos, en un descuido, a todos.

Ecos de la Costa

El origen de la violencia


Cuando era secretario actuario del Tribunal de Justicia me tocó embargarle a un hombre la maquinita con la que hacía obleas, una mañana de junio. El hombre vivía en los límites de La Estancia, en una casa que apenas era un cuarto de lámina de asbesto, el suelo de tierra y las paredes agujereadas. El hombre nos vio llegar, al abogado que llevaba el caso y a mí, y siguió con lo suyo, como si ya supiera justamente a lo que íbamos. Le hice saber el motivo de la demanda y le pedí que señalara bienes para el embargo. El hombre dijo que lo único que tenía era esta maquinita con la que estoy haciendo obleas, señores, y que era el solo instrumento que tenía para vivir. Miré al abogado y, antes de decir cualquier cosa, el abogado se adelantó diciendo que nos lo teníamos que llevar. Entonces el hombre sacó la oblea que hacía, metió en una bolsa negra la maquinita y me la extendió. Yo levanté el acta correspondiente y al cabo de un par de minutos regresamos por donde habíamos venido. Hoy, después de casi quince años del hecho, me sigue desmembrando los huesos. La diligencia fue algo legal, es cierto, pero jamás justa, como casi todo en mi país. Todavía hoy creo que debí haber pagado con los cinco pesos de salario que tenía los tres pesos que debía ese hombre, cuyos ojos me siguen todavía por la espalda, a donde voy. Los siento ahora mismo que escribo estas palabras.

Ecos de la Costa

Ex gobernadores en el ring

La campaña de desprestigio en contra del ex gobernador Silverio Cavazos terminará cuando sane la herida en canal que tiene abierta todavía en la mera mitad del pecho el ex gobernador Fernando Moreno Peña. No se le busque más. El ex gobernador Moreno Peña no ha podido aceptar que, como lo dijo un amigo entrañable, “pa’ un perro, perro y medio”, así que espero que eso le sirva de aprendizaje al ex gobernador Moreno Peña para ya no andar creyendo que todo mundo está a su servicio. A todo bravucón, bien dicen, le llega su guantes de oro. Lo dije una vez y lo vuelvo a repetir: Silverio Cavazos, con todo y la figura diabólica que nos ha querido presentar el Diario de Colima, evitó que llegaran al poder los porrocandidatos, es decir el despotismo, la corrupción, la arbitrariedad. A cambio, permitió que un hombre que venía (para decirlo poéticamente) a pie desde Tinajas, y al cual acusaron de “ranchero” y de “narco” y desprestigiaron por todos los costados por no ser del agrado del hacendado don Moreno Peña, hoy cabecilla de la high class colimense, llegara a ocupar el máximo cargo del estado. No olviden los que ahora se congracian con el gobernador Mario Anguiano que una persona clave para esta transición, que incluso tuvo que luchar contra la mano parcial de la dirigencia nacional, fue ni más ni menos que Silverio Cavazos. Dije entonces otra cosa más y la vuelvo a repetir: con esta simple hazaña es suficiente para que Silverio Cavazos pueda caminar, como debe, por las calles de mi ciudad, no importando que los canes de Moreno Peña y compañía sigan ladrando. Lo peor de todo es que ahora la mafia fernandista, con Moreno Peña a la cabeza, claro, busca por todos los medios poner contra la pared -y esposado por la espalda- al gobernador Mario Anguiano, quien ha hecho muy bien en no escuchar sino aquello que sea beneficioso para la sociedad colimense, que es donde realmente está la fortaleza del actual mandatario. En el momento que pierda esto de vista, todo lo que ha construido hasta ahora se abismará. Temas como la seguridad, la educación, la simplificación burocrática, la sobreatención a los grupos minoritarios, la integración de las comunidades indígenas, los inmigrantes y otra vez la educación, deben estar en su agenda diaria, y no los caprichos ni chantajes ni escupitajos de un ex gobernador que agoniza. Que: a-go-ni-za.


Ecos de la Costa

Ciudad adentro

Hay una historia de relaciones secretas entre mi ciudad, lejana, y yo. Unos cables sentimentales de pertenencia que sólo mi ojo izquierdo, o mi rodilla derecha, o mis manos, o pie, conocen. Nadie podría imaginarlo, pero son lugares, pasajes, edificios que a nadie más pertenecen sino a mí, a ciertas horas del día o de la noche. Por ejemplo: justo a las cinco de la tarde es mía la calle Gabino Barreda, específicamente el tramo que va de la avenida San Fernando a la calle Madero. De nadie más son esas banquetas, esos árboles, la gente misma estática para mis ojos, el cielo, de nadie más que de mis pasos. El miércoles por la noche de cada semana es sólo mía la tortería La Polar. Podrán haber cinco o seis parroquianos ahí sentados olisqueando o comiendo, pero el peso del cuchillo que rebana el jitomate o el hielo que se derrite en la hielera de refrescos, incluso el olor del chile jalapeño o el vapor que sale de las bandejillas es un lenguaje que sólo yo conozco, y entiendo. Nadie más podría descifrar, por ejemplo, el gris del cielo en los atardeceres del domingo, justo al salir de la función de cine en Zentralia. Es verdad que hay gente que, al salir, mira al cielo, pero también es cierto que sólo escucha rumores indescifrables, ecos de voces, estertores. Yo, en cambio, a esas horas del domingo, justo al salir de la función de cine, descifro el gris del cielo, sé del bien o del mal por sus rumores, reconozco en sus ecos de voces lo que vendrá mañana, o el día después de mañana. Hay una historia de relaciones secretas entre mi ciudad, lejana, y yo. Unos cables sentimentales de pertenencia que sólo mi ojo izquierdo, o mi rodilla derecha, o mis manos, o pie, conocen. Y nadie más.

Ecos de la Costa

San Juan Copola

Acostumbrados a mirar hacia el cielo, no nos damos cuenta, a veces, qué suelo pisamos. Mientras el tema del narcotráfico ocupa los cabezales de todos los periódicos (nacionales e internacionales), el tema de los indígenas (los más pobres de los pobres y los más abandonados de los abandonados de mi país) apenas se trasluce aquí o allá, como si esas raíces nos fueran ajenas o, peor aún, como si nos incomodara que fueran tan nuestras. En San Juan Copola, una comunidad oaxaqueña cercada por grupos paramilitares, están matando indígenas y, ahora ya, también a periodistas y observadores internacionales que han visto despotismo y violación a los derechos humanos en las acciones del gobernador Ulises Ruiz, quien tiene a dicha comunidad sin agua y sin luz (literalmente). Los indígenas de San Juan Copola defienden un gobierno que vele por sus costumbres y sus tradiciones, que los dignifique como seres humanos y que recuerde, de una buena vez, que gran parte de la identidad latinoamericana (sí, latinoamericana) pervive gracias a ellos. Más allá de cualquier matiz ideológico o político (que fue lo que desmembró la insurgencia Zapatista), está el valor de la vida y la dignidad humana. Nadie tiene derecho a destruirla y sí, en cambio, está obligado a preservarla. En San Juan Copola la gente (la cultura, las tradiciones, la identidad) está muriendo todos los días mientras en otras regiones del país la tragedia mayor es saber si un político de cuarta cobró tres salarios magisteriales mientras ejercía como regidor o líder sindical. Volteemos la mirada hacia San Juan Copola y no olvidemos que entre todos esos rostros que nos miran en busca de justicia y democracia está el de nosotros mismos.

Afmedios

Dieta azteca

El pasado viernes vino a comer a la casa un colega del Departamento de Nutrición de la Universidad de Otago. Me había insistido mucho en que nos reuniéramos y al final acepté, no sin antes advertirle que todo iba a ser al estilo mexicano, esto es, nada de que llegaría a las 2pm y se iría a las 3:30pm, nada de que ya tendría que tener todo preparado y debidamente organizado (a las 2:15 pm tomar una cerveza, a las 2:45 comer, a las 3:00 el postre, a las 3:15 un café, etcétera), sino que el asunto iba a fluir así como ese dicho que dice con calma y nos amanecemos. Bien, el colega del Departamento de Nutrición vino y el saldo que dejó su visita –el mundo y sus coincidencias así son- fue muy esclarecedor para mí, tanto que quisiera que los lectores –sobre todo aquellas personas clave del gobierno de Mario Anguiano- escuchara atentamente. Quiero decir que en un momento de la charla, mi colega del Departamento de Nutrición fue contundente: hay algo que los mexicanos no han sabido hacer nada pero nada bien. Y cuando apenas iba a decirle “no es momento de que me lo digas, ya tengo suficiente”, se adelantó y dijo: …y esto es la nula promoción que le han hecho a la Dieta Azteca. ¿La Dieta Azteca? Jamás se me habría ocurrido. Sí, dijo. Conocemos los valores de la mediterránea o la nipona, pero la Dieta Azteca está al mismo nivel que ésas (o incluso mejor, porque está al alcance de todos) y no la promueven. Los elementos nutricionales, por ejemplo, del chile verde (que contiene tres veces más vitamina C que una naranja), del maíz, del frijol y del aguacate son prácticamente invencibles. ¡Y no los promueven internacionalmente! Si nosotros tuviéramos eso que ustedes… Sí, ya sé, dije. Ya lo sé. Puedo imaginarme lo que harían con ello. La charla entre mi colega del Departamento de Nutrición y yo continuó por otros derroteros, incluida la violencia que se vive en México y la forma en cómo nos miran los vecinos del Norte (léase, de paso, la revista Time en su última edición), pero, a pesar de eso, yo no pude sacarme de la cabeza el binomio Dieta Azteca. Y pensé: si acaso el gobierno de Colima pudiera retomar esta idea, convertirse en los punteros de toda una campaña de carácter nacional, que luego se hiciera internacional, y, después, al cabo de cinco o diez años, yo pudiera ver en las revistas de healthy food, al lado de la dieta mediterránea o nipona, también la Dieta Azteca… Insisto: el gobierno de Colima debe retomar esta idea y…

Ecos de la Costa