Poemas

1

 

He de empezar a creer que va a ser cierto

que la muerte haya que merecerla, que es preciso ganarla;

o que existe la suerte,

y se puso –antojadiza– de mi parte.

Hay algunas razones que me hacen pensar eso:

aquellas imágenes que no salieron nítidas

resultó la más caritativa;

las imágenes que se emitieron en los noticiarios

se grabaron con las cámaras de vigilancia en la estación

y ese hubo de ser el motivo de que fueran lejanas y borrosas.

Pero no es menos cierto

que la luz que todo lo envolvía era de plástico,

–ese plástico con el que envuelven los alimentos

quienes los consiguen con facilidad–.

Fue así que nadie pudo reconocerme en las pantallas,

no hice sufrir a aquellos que me quieren

si les hubiera sido dado verme como me vieron otros.

No acabo de entender el interés que hubieron de tener

las imágenes aquellas que emitieron.

Y mucho menos acierto a comprender

que aquello que me estaba sucediendo

fuese argumento para noticia alguna.

Nadie se interesó en mirarme a los ojos,

y simplemente hubiera bastado esa mirada.

Pues, aunque no lo crean, algunas personas

todavía llevamos el alma metida en el cuerpo,

y la mirada que nos sale por los ojos es de ley,

y nuestra sangre es de tierra

y acude de muy lejos por las generaciones.

Pero a nadie le interesa comprender, es un estorbo.

Porque comprender

es ya una forma embrionaria de condolencia,

y eso está pasado de moda,

porque amar es un ir desahuciándose.

Y vivir un dejarse llevar.

Así lo han enseñado estos aciagos tiempos.

Y a fe que lo hemos aprendido.

 

 

3

 

¿A quién le importa la verdad?

(¿Existe todavía la verdad?)

¿A quién le importa si nos estamos convirtiendo de continuo

en seres observables, refractarios,

que soportan todo el peso de la necedad de que somos capaces?

¿No se parece eso a una violación?

¿No es una forma de violencia?

Las cámaras –y las ciudades– te succionan

la sangre más profunda,

la que se da en alimento a la alegría.

Pero para nada se aprovecha,

ni tan siquiera se hace la digestión:

Simplemente se deja que se vaya pudriendo.

Porque hoy nos está sucediendo algo vertiginoso:

el pasado es pasado de una manera atroz,

es un vacío que nos persigue,

la blancura absoluta de unos pasos que no dejan ni huella.

Y eso es una impudicia.

 

 

9

 

…Vuelvo a vivir arrebujándome en aquellos recuerdos;

me arrellano en ellos y el dolor se me calma.

Revivo mi despatriamiento progresivo.

Pero no, no puedo amar la vida, me ha expulsado

de su destino de rincón uterino y me ha arrojado al miedo.

No soy más que una llama que se quema a sí misma

y que anda mortalmente sola por el mundo.

Aunque todavía oigo voces de los ancianos

que ya hace mucho tiempo que marcharon.

También veo aquellos atardeceres de mi infancia,

escucho los rugidos altivos de las fieras.

Los recuerdos fermentan en la oscuridad.

Aunque el asfalto rechace la memoria y el alma,

siempre llega el dolor y anega los espíritus.

Y después solo nos queda la humildad: elevarla al silencio

para que el silencio la disemine sobre los campos…

 

 

10

 

Lo que podemos ver desde la ventana,

–lo que estoy viendo–

no es un basurero, es una luz suicida

en la que se perfila la ciudad atrapada,

clavada con un alfiler en un corcho.

Los objetos del solar me están hablando,

y sus palabras nacen para doler.

Les escucho crujir, bisbisear, quejarse, bostezar…

Les temo, me indican con su índice excesivo

que el pasado es lo que estoy viendo solamente:

un heterogéneo vertedero de ruinas,

ya nunca más un tesoro sepultado.

El pasado llanamente es lo que ya no existe

(¿No es dramático?).

Amenazan los objetos con no permitir ni un poco de sosiego.

Son desilusiones hechas a la medida,

un amasijo palpitante, un corazón hecho de residuos.

Y ese amasijo nos está desafiando, un reto nos plantea,

como les retan las cumbres solitarias a los escaladores:

encontrar su sentido, el inicio del hilo.

Lo que parece haber en su desorden

es afán de revancha, un afán de venganza.

Su fealdad, su caos, su fraudulencia,

la consumida esperanza que tuvieron,

la disipada y raquítica alegría que portaron,

y el mezquino bienestar que supusieron:

Contienen esa angustia alucinada, espesa,

que llena la celda de un preso inocente.

En esa acumulación aleatoria, los objetos son tan ásperos

–tan entristecedores–

como los pinos devorados por las orugas.

 

 

4

 

Vivir es un continuo edificarse,

porque es preciso dar forma al ser que nos habita.

En cierta forma vivir es un trabajo de albañiles,

un oficio artesano que no carece de belleza,

muchas veces la belleza del propio esfuerzo.

Por consiguiente, vivir es un esfuerzo y un misterio.

 

Pero nos estamos desheredando demasiado de vivir,

la comodidad es una marejada que nos mece,

y nos lleva y nos trae:

es tan fácil ir de un lado para otro entre la marejada;

y la facilidad nos muere un poco, porque nos amodorra

(¿Lo liviano tiene alma?

Esa parece una buena pregunta.

¿Va el alma de camino a ser lugar de muerte,

y ya nunca más el lugar de la vida?

Esa sí es una buena pregunta)

La verdad es imagen, es un poco farándula,

y vivir va siendo un modo de estar, no ya un modo de ser:

nada deja su huella.

La pereza ha adquirido una categoría insospechada

y ha devenido una estrategia.

Y ya no hay hondura, hay superficie.

Incluso las minas están a cielo abierto,

y las almas.

También las almas están a cielo abierto.

Las cosas nacen para parecerse unas a otras,

la clonación se postula el nuevo paraíso.

Las palabras se quedan sin hablar

y algunas nos aprietan en la lengua

porque quieren salir,

pero no sabemos ya deletrearlas y se suelen caer,

vacías y abortadas de la boca.

 

 

15

 

El sol se lo llevó consigo hacia la noche.

(Fue noticia en los medios de comunicación,

y de entretenimiento),

evaporó su manojo de vida sin ningún aspaviento,

como la cosa más natural del mundo,

como si su hálito hubiera sido un charquito en el suelo

el que se vierte al regar las macetas.

Su cuerpo adquirió la textura de la flor de la hortensia

cuando le da de lleno el sol del mediodía.

El sol fue un gavilán que en un vuelo picado

descendió raudo para atrapar el cuerpo por sorpresa:

un vértigo de rayos.

A usted la vergüenza le sobrevivirá.

Cuando pase el suceso por el tiempo y despierte,

al despertar se va a encontrar con que todo era cierto,

era real.

Y lo real es terco,

es lo que queda después de la noticia.