escritora

Poemas

Confidencia

Escribo para que la 1uz
traspase la anchura de mi ser,
la belleza me contenga
y la palabra restaure el olvido.
Para eximir el dolor
pues nos hemos ido comiendo la tierra,
ya solo pisamos el asfalto.
Hasta la urraca que se ha posado
un instante en el alfeizar,
lleva en su pico azabache
la luna menguante,
que sigilosa sustrajo a la noche.
Engullidos por el tiempo
devoramos la vida.
Escribir porque ya nada nos sorprende,
porque el canto y el verso
contienen la palabra
y la palabra es bienhechora
para trazar el camino a los sueños.
Porque escribir es una forma de amar,
de acariciar con las palabras.
Podemos con palabras
crear el final de la historia
y transformar el mundo.
Escribir para sanar,
conectar con mi yo superior
y que la poesía suceda.

El desamor y la muerte

Al trote, dos caballos de agua se acercan
sus sombras se alargan en la escarpada pendiente
agrandando indolente su descomunal estampa.
Un relinchar frío traspasa la noche
golpeando una y otra vez la piedra.
Al trote, dos caballos de agua me acechan.
Sobre mí se ciernen sus pisadas huecas.
Sus sombras exánimes se detienen
tensando el aguijón certero
de su mordedura.

Inerme, acepto el pulso que la vida me echa.
Mi perfil, impávido como el Buda
se muestra.

“Os di la perla de mi corazón
y la perdisteis en el río.
Más allá de las sombras
la luz no se arrebata”.

Soledad

Soledad,
mi compañera.
Soledad profunda
con arco,
abrazo escinto.
Alta, más alta…
como el aire,
como la luz,
más allá de las formas,
inalcanzable,
invencible.
Tan alta
que encontrarme
no puedas.

Gladiador

Como la exigua semilla
que en su interior
alberga un árbol majestuoso.
En las entrañas de la tierra
se perfiló tu cuerpo pétreo, imperecedero.
La piedra tosca forjó una excelsa figura,
un coloso de mármol.
La mirada oculta al cielo,
el gesto contenido, glacial,
esclavo del dolor
de quien no elige su destino.

Escoltado por la muerte
en un combate inútil, perenne.
¡Sangre y piedra, gladiador!
Columna acorazada,
bello Apolo insensible
de torso níveo, perfecto.
De tu pecho
con esmero cincelado
cuidadosamente pulido
se escapó una y mil veces
el pájaro azul,
tu alma anhelando liberarse,
ser agua, luz, aire.

Lebrel

Cae denso el sol
y acaricia dulce céfiro
tu castigado lomo canela,
áureo como miel de abeja.
Tu pecho ebúrneo se riza
como bello collar de perlas.
Criatura leda,
precioso ser inocente y juguetón,
triste arrastras la mirada
y tus largas orejas,
agradeciendo tanto una caricia,
como yo el blando tacto
de tu cuerpo menudo.
Créeme si te digo,
que aunque te dieran mil nombres
no perteneces a nadie, lebrel.
Tu ser es libre,
solo a ratos contigo fiel amigo.

Mamá

Te quiero mamá,
un beso.
Tú eres el universo en mis dibujos.
El mundo que yo cuido con amor.
Siempre estás en mis sueños,
juntas vamos a jugar.
Eres la flor que me hace cosquillas
cuando la huelo
y lloro de alegría.
Mama me haces feliz.
Te quiero.
(Gabriela Díaz-Cano Badillo, 7 años).