Poemas

Nazco en un cuerpo

lleno de hombres que cuentan sus

secretos a los árboles.

 

Escupo palabras negras

en los bosques mojados.

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Es la hora del recreo,

los niños ya dejan de contar su tiempo en hojas de papel.

Nadie se atreve a salir.

Un anciano se acaba de volar la cabeza

en el patio junto al eco que dejó

la pelota en el último gol.

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La mujer está sentada

en la misma silla de siempre,

ve en la misma televisión

de siempre un niño succionando

el pezón de un quebrantahuesos.

 

Está tan distraída en omitir los detalles

que no consigue enhebrar la misma

aguja de siempre.

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Una mañana me levanté

con el objetivo de medir el silencio.

Abrí el armario y cogí

el traje que utilizaba para las bodas.

Me vestí y esperé

sentado al borde de la cama.

Mis recuerdos iban

de las velas encendidas sobre el pastel

de chocolate de mi cumpleaños

al pote de barbitúricos

de mi mesita de noche.

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Tu hermana se fue

demasiado pronto.

 

Su luz se ausentó

bajo las sábanas frías.

 

Quise conocerla para

sentir en ti su cercanía

y el tiempo me condenó a no

tenerla.

 

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Parpadean los portales grises en la ciudad.

Voy saltando de una cabeza a una pierna

y de un piedra a un perro hasta llegar

a mi casa.

 

 

Cuando pongo la radio una voz suave

que parece haber salido de un pote de mermelada

da el informativo

–Baja la tasa de desempleo entre los cuervos–

 

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El cielo ha decidido largarse de aquí.

Cientos de palomas agonizan

en el cableado eléctrico.

Veo a las madres correr en busca

de sus hijos al colegio.

 

Una manifestación de espantapájaros

ocupa la ciudad.

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