Poemas
¿De dónde vienes ángel pretérito?
¿Del incienso de mis sueños?
¿De la insomne claridad del alba?
Cuando agotado el cáliz
y cuando en el silencio de los campos desolados
humean aun las fogatas
de todas las batallas perdidas y libradas
un pequeño pájaro se posa en la rama más liviana
y desde el solsticio de unas arcadias
la tenue brisa aparece rescatando
de la penumbra olvidados sonidos esmeraldas.
Asomas desde el temor de las madrigueras
con viejas caricias por la tierra cobijadas
raíces de grama tan ligeras que tu sonrisa
las gobierna tal el fuego se aprovisiona de llamas.
¡Ángel imposible, desde qué turbia pasión
apareces y reclamas!
¡Desde qué vacío, duda, esperanza,
te sublevas en mi frugal cuerpo
de cicatrices herméticamente no cerradas,
Ay, frenético ángel de las entrañas!
¿De mi soledad tan raída y ajada como bruñida y dorada?
¿De la espera tensada como un arco
en ésta, la más solemne de las madrugadas?
Ángel suave de la zozobra y la calma, soy el devoto
de tus alas como fortalezas y de tus palabras inacabadas.
Ángel.
Te anegas en mi cuerpo en mis olores en mis tactos
Te hundes te abismas te falleces
Te sobrecoges te lastimas te sorprendes
Te buscas te limitas te sobrepones
Te acoges te mueres te enfrentas
Te gimes te provocas te lamentas
Y al final tal vez incluso te castigas por ello
Mientras yo quiero darte paz
Dejar de ser desesperadamente
El simple desconocido que te sustrae la vida
Y al que seduces mientras
Rechazas y devoras…
Rechazas y devoras…
El principio de los gestos lentos
la sombra casual de las sonrisas tenues
el rescate nunca exigido
donde el claustro de los recuerdos
todo esto y mucho más gotea
como resina de placer y dolor
completando el cántico de lo que anuncia el trasvase
de tu cuerpo al mío.
Antes eras tú, tu máscara, tu misterio, tu dolor,
tu venganza invisible.
El furor de tus hombres, las sentencias, tus braguitas,
las provocaciones, tus gatos.
Ahora somos dos frente a frente
en un mundo de espejos que nos dinamita.
Ahora es el vino y el miedo, afiladas armas,
equidistantes a nuestros temores,
sobre la arena de las ruinas del viejo Coliseo. Ahora, vestidos de novios,
llenos de tierra amansada por el devenir
apacible de los ríos, lloramos y reímos
porque tras doce vueltas caen todas las murallas,
se aniquilan, y quedamos abiertos a todo
incluso a las escalinatas que llevan al trono.
Requerimos amor y astucia, sinceridad y celos,
apósitos de sol, copas de risas.
Nos requerimos.
Sorprende a la noche
el agitar de las llaves
se conmueve la cerradura
en su anhelo de satisfacción
esperan las bisagras desvelar
el secreto que alterará quietudes
la escalera anticipa ansiosa
el dobladillo de mis pisadas
que tú gobiernas oculta
desde la más pequeña de las habitaciones.
El dolor nos da clarividencia
pero sin rastro de cordura.
El dolor con su atadura
en suspenso sostiene tu evidencia.
De tu cuerpo fui paisaje
por ti esqueleto de serpiente
pez embarrancado en la corriente
alegre y furtiva del ultraje.
Por ti, estés donde estés, nada sería
ni tampoco nada dejar de ser.
Por ti este furor aborrezco
esta torpe torpeza merezco…
más por ti ni esta ceniza ni este doler
podrán borrar aquel año de alegría.
Tú, que has dado motivos al corazón en su consuelo
para hundirme bajo el desmedido peso de mis represalias,
contigo llevaste, no sé en qué mudanza perdí tu ausencia,
todo el oleaje mar de esta casa llena de arena
hasta la médula:
no más corrientes ni mareas que ilustren
sus piedras de colores sus caracolas
sólo, fractura densa en la vasija frágil,
antológica repetición de las pisadas
de mis pasos en sus huellas.
Y sin embargo, el explorador avanza
en círculos tan amplios
que aún le mueve, inquietante persevera, la esperanza.
La casa deshabitada en medio, si en la nada encontráramos referencias, de la nada.
Un mojón perdido del que no se quedó
cuando ya no supo
más que marcharse.
La estela de una luz apagada en el silencio
oscuro de las palabras
esas que descifran la vida escribiéndola
en una tablilla de cera en llamas.
Y más duele el cuerpo que perdimos
que los homicidios que vadeamos.
Duele más la noche que te fuiste
que juntas todas en las que nos matamos.
Más que el filo hendido en esta penumbra
duele separar tu daga de mi herida
y duele también el recuerdo del recuerdo olvidado
y por doler duele hasta el dolor
que con tanto esfuerzo nos evitamos.
De aquello que me diste
lo que innombran las palabras
nada puedo legar.
Era tuyo y mío
de nadie más.