escritor

Poemas

1. En el principio era el Todo.
No le cabía más.
Tan lleno de sí estaba,
que nada quedaba afuera.
Realidad densa y maciza.
Concentración de sustancia en solo un continente,
con el mare tenebrosum del vacío en torno.
En el principio era todo, pero mal repartido.

2. No le fue fácil al Todo concebir la nada.
Tampoco la luz es capaz de imaginar la sombra,
aunque es ella quien la proyecta.
Ni puede el sol aclararse con la noche,
su hija espúrea,
porque al mirarla la convierte en día.
Pero la nada podía dar mucho de sí.
Como el cero entre los números,
mucho juego ofrece la nada entre las cosas.
Un destartalado vacío a modo de desván
con dependencias para entes peculiares,
entreseres, semiseres, cuasiseres.
Una vez la nada concebida,
ponerla en ejecución
era coser y cantar.

Homo Sum

(Y dijo Dios: Hagamos al hombre fiel copia nuestra).
Gen 1, 26

1. Soy el Hombre.
Me encontré casualmente en un espejo
al ponerme a beber en un remanso.
Todo fue uno, apagar mi sed
y encenderse una luz que evidenciaba
actividad, mundo, presencia:
había, se era, acontecía.
En medio de otros seres,
recién aparecido,
mudo,
allí estaba yo,
un fogonazo me calcaba siendo.
(Hasta entonces, me había presentido,
había ido agregándome a mi séquito,
me iba acompañando sordamente.
Mi antes anterior perdíase en la bruma.
Yo me atengo a los hechos, aquí estoy,
dos testigos fidedignos lo confirman:
yo que me descubrí,
yo que fui descubierto.)

Simbiosis

Se levantó Jonás para huir lejos del Señor.
(Jon 1,3)

I

Has germinado, oh Dios, en mi parcela,
sin haberse sembrado tu semilla.
Has brotado espontáneo, eres silvestre,
Te encuentran sin buscarte en cualquier sitio.
No supe distinguir tallo de tallo,
y crecimos a una en simbiosis.
En mi huerto interior sorbes mi savia,
aumentas a mi costa y prevaleces.
Ya bien aclimatado, Te levantas
árbol frondoso sobre arbustos lacios.
Das sombra y fruto, pero a veces siento
amargo el fruto y la sombra fría.
Tu pujanza me achica y me margina,
estoy de sobra ya en mi territorio.
El blasón que decora ahora mi casa
no me resarce de quedarme fuera.
Guardamos las distancias respetuosos.
Nos vemos de reojo, poco y tarde.
Tendremos que asociarnos de otro modo
en vistas a lograr una armonía.

Inminencia

¿Hasta cuándo, Señor, estarás escondido?
(Sal 89, 4)

Te insinúas, Te enciendes, casi eres.
Vemos una silueta perfilándose,
parece que se llena, toma cuerpo,
y al momento Te empañas, te diluyes.
Vemos o imaginamos unas manos
atareadas modelando seres,
que acercan a la orilla
y van botando en el mar del tiempo.
Detrás, en sombra, se adivina un rostro.
A Ti no Te das forma, Te reservas.

Todo fluye de Ti menos Tú mismo.
Pugnas por sostenerte contra el flujo
de realidad que brota de tus manos,
y cuando estás a punto retrocedes.
Tus dos manos retráctiles se encogen,
Te repliegas, desistes, y de nuevo
Te quedas asomado a tus orillas,
permanente inminencia postergada.
Es tu obra la casa que no ocupas,
un barco desanclado en que no zarpas,
oh marinero en tierra, oh Dios prudente.

Transfieres el desgaste a tu creatura,
mortal y vieja desde su comienzo,
y por intermediario Te preservas.
Descargas en nosotros tu cansancio
y este sobrepeso inmaterial
nos agobia y carcome.
Cuando llega la sombra que nos borra,
cuando se seca el tiempo y encallamos,
aún estarás ya a punto y amagando.

Oración

Por la mañana irá mi súplica a tu encuentro.
(Sal 88, 14)

No quiero suplicarte porque
no es tan duro el martillo como el yunque,
y si rebota, el martillo hiere,
si no rebota, no ha dado en el clavo.
No quiero suplicarte porque
el deseo me enciende y me enajena,
me incita a forcejear contra mis límites,
y me deja tirado en la estacada.
Pero voy a suplicarte porque
el martillo es tan duro como el yunque
si los golpes que da claman al cielo.
Pero Te estoy ya suplicando porque,
rendido y malherido y maniatado,
me dejo al fin lamer por tu mirada.