Una vida —una huella en la arena,
apenas un instante
en la historia eterna
pero un eslabón en la cadena,
esencial en su nimiedad.
Una vida —un suspiro en el viento,
real pero invisible
en el movimiento constante,
un susurro de energía
acogido por la magnanimidad.
Una vida —una gota en el mar
entre mil en un único impulso
que admira la luna más cercana,
mueve montañas y esconde tesoros.
Lo breve nimio inmenso en el todo.
Un día de azul claro,
cielo en armonía unida
y lago en brillo reposado.
Sonrío por dentro mientras paseo
por bosque de hayas
y campo abierto.
En mi mundo real y sueño
colecto grandes y pequeñas
imágenes y momentos.
Aprecio la vista que es mía
desde la piedra enorme solitaria
tirada, hace mucho, por un gigante.
Siento el aleteo de la mariposa
que vive en mi corazón.
No sé cómo llegó allí
pero noto su fuerza
para volar alto, muy alto,
un día de azul claro.
La niebla matutina
eleva el telón
y gotas de rocío
ilumina el césped.
El amanecer canturrea
claridad entre infinitos
zumbidos y lilas.
La fragancia
del nuevo brotar
flota suave agitada
por juego de mariposas.
Unos charcos multiplican
rayos de sol que calientan
piedras y pies.
Ligeros pasitos
por camino de tierra
corriendo sin pereza,
sin pasado que pesa.
Un deseo liberado
en mirada y mente
con aire bajo las alas.
El mar responde la mirada abstraída
de la luna reflejando camino blanco
hacia nuevo ensueño y continente.
Engañando a alguien y otro más
borrando una mañana por jamás.
La marea arroja agua a tierra seca,
sal que transforma la arena.
Barco a la deriva hacía otro puerto
dejándose llevar por las corrientes
guiadas por ignorante torrente.
Voces en eco por mar abierto.
Sensación de destino predeterminado
que al ritmo del olaje imparable
toca la campana por hora y dimensión,
por cada estrella e ilusión.